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domingo, 14 de diciembre de 2014
La Historia como coartada (y campo de batalla)
Un Pueblo para ser un Estado tiene que tener unas características determinadas: tener unas fronteras identificables, una población estable, unas características que les hagan una realidad en común… generalmente se suele decir que la lengua, la cultura, la tradición, unas instituciones propias son características que configuran una realidad, una comunidad, un grupo de gentes. Y es que, en realidad, la palabra Nación no recibe consenso alguno para ser definido, pero la palabra estado si ha sido codificada en el ámbito internacional.
Obviamente, y por dos motivos, los Estados no han establecido una vía ordenada para convertirse uno en estado: primera, porque ningún Estado va a poner un manual que se use para un suicidio asistido y voluntario de ese estado, segunda, porque cada Pueblo ha de tener su propio camino. Sin un estándar al que seguir. La cuestión que a veces se esgrime para un lado y otro, y es motivo de conflicto pasional, es la Historia. Aunque nunca se la ve como lo que es: un campo de batalla más.
“La invención del pasado”, del gallego Miguel Anxo Murado, pone en valor la idea de poner en cuestión la historia como algo pétreo, inmutable, veraz, unívoco y universal. Universal en el sentido que tiene en origen, y es el de una sóla versión. Una versión. Contradictorio in terminis con la idea de universidad. Asumir que la historia no debe ser justificación política cara a futuro de los pueblos es algo que hay que creer porque la historia se usa como coartada o justificación, más que como loable investigación del pasado.
Se hace, primeramente, desde el presente, las más de las veces, y se hace buscando en el pasado un calco del esquema presente, cara a su justificación: como fue en el pasado, puede ser el presente, y el futuro igual. Usar los esquemas mentales del presente no es estudiar historia, es conocer unos hechos, y desechar otros, coger unos datos e ignorar los demás.
Reyes, Duques, Condes, Abades, Pasteleros e Hidalgos tenían ideas e ideologías, aunque no tuvieran conciencia de tal, ni lo llamaran así. Tenían intereses. Y voluntad de poder. De alcanzar el poder y perpetuarse en el, algo que es humano, para todas las épocas de la historia. Cuando quemaban los documentos y las fuentes que contradecían aquello que era la verdad oficial, en una época de la que no quedan demasiados testimonios escritos, no podemos sustraernos a este hecho, y mistificar las fuentes que hay, porque, incluso esas pocas fuentes han podido ser objeto de falsificación. Un hecho que revela todo esto es la llamada Reconquista, término que empieza a ser usado en el siglo XIX, con el incipiente nacionalismo español, como señala Javier Peña, investigador de la Universidad de Burgos, quien afirma sin rubor que la reconquista es un mito.
Tan es así que muchos reinos peninsulares, para legitimarse a sí mismos intentaron inventarse una tradición y linaje con los llamados visigodos de Toledo. Y esa fue su posterior perdición, al manipularse desde la Corona de Castilla, para justificar anexiones, invasiones y conquistas.
Somos humanos, y como humanos, nuestra memoria nos juega malas pasadas, a veces, y, a veces también, no debemos fiarnos del todo de ella. Por ello dejamos testimonios escritos. Pero, como toda obra humana, es susceptible de modificación, pasado el tiempo. ¿Cuánto queda de original gótico de la Catedral de Burgos, y cuanto de reconstrucción en los siglos XVII y XVIII? Y es que la sociología nos dio una obra llamada “La construcción social de la realidad” y las neurociencias nos explican que el cerebro humano, la máquina más perfecta que existe, procesa la realidad en base a unos códigos aprendidos, una especie de filtro que delimita los contornos de la realidad. Es, por tanto, un axioma, que lo que en las ciencias naturales puede ser una sana búsqueda de la objetividad, dado que, en ciencias sociales, también en Historia, el sujeto y el objeto de la investigación son el mismo, la búsqueda de esa objetividad es un ideal imposible. Y no hay ni puede haber una sóla versión de la historia.
Es imposible aislar los elementos, tomados uno por uno, que influyen y determinan las realidades humanas, siempre cambiantes, y hemos de considerar la historia como un gran hueco cavernoso, un gran salón con estalagtitas y estalagmitas, que en la profundidad de la montaña, recibe el discurrir de tortuosos, unos más largos y otros más cortos, caminos de aproximación, con distinto origen, pero parecido destino, y todos desembocan en puntos externos distintos de esa gran sala, que es el consenso sobre un hecho histórico. Pero, con un cuidado exquisito, teniendo en cuenta dos cosas, una, que no todos los caminos existentes llegan a ese sitio, y, por la vía de la inclusividad, el pluralismo, y la investigación honesta, hay que aproximar cuantos más caminos mejor, y segundo, tener la mente despejada y sin prejuicios. Si uno está sobre un yacimiento indoeuropeo y sólo busca elementos de esa cultura, aunque existan vestigios de otros elementos culturales, no se verán, lo mismo que para los griegos, y luego romanos, lo que no se asmilaba a ellos, era incomprensible y lo despreciaban y olvidaban. Barbar al norte, berber al sur. Bárbaros y Bereberes, para hablar de extranjeros, gente sin duda sin cultura (como ellos), que balbucean en vez de hablar. Ahí está la raíz, el desprecio voluntario del conocimiento, en base a prejuicios.
Obviamente, la historia y los historiadores tienen importancia, y relevancia, porque nos deben explicar como hemos llegado hasta aquí, hasta el presente, como se han ido sucediendo las etapas históricas, pero no sólo desde la biografía de los grandes e insignes personajes de la historia, sino de las gentes sencillas, y, sobre todo, de los procesos históricos. Es mucho más fácil coger elementos de giro, como en un guión cinematogrático: una boda, una batalla, un nacimiento, la firma de un tratado, la coronación de alguien… y aunque es necesaria una narrativa, e incluso una épica, es más honesto con la realidad, el ensayo que la poesía.
Hay opciones para una historia, si se es lo suficientemente humilde como para desechar la idea de una progresión ascendente hacia un fin, obviar el determinismo en la historia, y, asumir, un eterno recomenzar, como el día sucede a la noche, en bucles en loop, con avances y retrocesos, la clave está en aprender de todo ello, y sacar las oportunas conclusiones de las cosas que han salido bien, las que han salido mal, y aprender de ellas. Conocer el pasado, por el mero hecho de valorar el camino ya transitado, pero sin más pretensiones debe ser la vocación de la Historia. Se suele decir que la Economía es muy buena para explicar las crisis del pasado. Algo así debe ser la Historia.
Curiosamente los hay que defienden una teoría historicista para un caso, pero en otro defienden su nulidad, cara a ajustar lo que un pueblo deba ser en el futuro. Un ejemplo, los hay que dicen que el origen de Ucrania está en Rusia, de alguna manera, que no viene al caso, ni merece la pena, ni es el momento ni el lugar de desmontar, pero que, sin duda, es desmontable. La cuestión es que esos mismos, sabiendo que en 1053, en la batalla de atapuerca el rey de navarra cae derrotado y muerto, y eso da la oportunidad al conde castellano a convertirse, si, mediante la traición, en rey de Castilla … negar la paternidad navarra de Castilla y de España. Lo que sirve de argumento para una Ucrania como madre y parte necesaria de Rusia no sirve para una Navarra como madre y parte necesaria de España. Y es que, en realidad, ambas están equivocadas. Porque es más que evidente que ni unos ni otros pensaban en aquel momento en algo como las actuales España y Rusia. En cada momento histórico hay un contexto que explica las realidades de su tiempo. Y la historia no sólo debe exponer el hecho, sino contextualizarlo, y explicar las razones de su realidad en base a los esquemas mentales propios de la época en la que se tratan.
Cada Pueblo del mundo tiene su historia, más larga o más exigua, más compleja o más sencilla, con más acontecimientos ampulosos o menos, pero, en cualquier caso, todos tienen una historia que merece ser investigada, transmitida y recordada. Y, en cualquier caso, debe ser coartada o campo de batalla de lo que debe ser una realidad de los seres realmente existentes. Balmes y De Maistre, dos ideólogos conservadores del siglo XIX afirmaban que el destino de la nación lo deben decidir las generaciones de vivos y muertos, pero Jefferson ya dijo un siglo antes que la nación pertenece a los vivos. Y, también, dijo que cada generación ha de tener la oportunidad de revisar su constitución, es decir, las reglas de convivencia, que deben acompasarse a los cambios en la propia sociedad, siempre cambiante. Nada es para siempre, y esto sirve para las instituciones humanas.
El futuro de los Pueblos está, como siempre ha estado, en manos de las y los integrantes del mismo. Como debe ser. Es por ello que la historia no puede ser ni una coartada ni un campo de batalla de la política.
Por: Juan Karlos Pérez
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