Hablo de oídas, pero, según me han contado, hubo un tiempo, en el que, aunque saliera el sol, el cielo era gris, y, también, lo eran las paredes de las escuelas, de los centros oficiales, de los hospitales y, los policías, para ir a juego, también vestían de gris y, además, en invierno, con abrigo, un largo y grueso abrigo gris, que les llegaba hasta los tobillos.
Sí, todo era gris en aquel tiempo, pero, algunos días, ya de por sí grises, lo eran, todavía, mucho más. Eso, ocurría en los días patibularios, en los que el cielo amanecía ceniza y se encontraba poblado por nubarrones negros, cargados de agua, que una vez, que el pelotón de fusilamiento ejecutase su macabra misión, derramaban la lluvia como un llanto lento y amargode una abuela. Pero, como os digo, todo esto que os cuento, lo sé de oídas y, quizás, con el paso del tiempo mi imaginación lo haya deformado.
Por aquel entonces, el frío de los inviernos se metía hasta el tuétano de la gente porque en las casas no existía calefacción, salvo la cocina económica, a base de leña y carbón, pero, como todo estaba racionado, muchas personas acudían los domingos por la tarde a los cines. Allí, entre todos, apretujados, unos con otros, daba igual que fuera Estrellita Castro, Miguel Ligero o Luis Mariano quienes apareciesen en un celuloide ,más gris, que blanco y negro, se quitaban el frío.
Uno de aquellos cines era el Bellas Artes, ubicado en Amara Viejo. Un teatro de los de verdad de esos con escenario, foso de orquestra, patio de butacas y varios pisos, que terminaban en el paraíso. De niño, siempre me intrigó lo del paraíso, porque yo lo asociaba más a la gloria celestial de la que hablaba el catecismo que a un cine. Con los años supe, que en el paraíso de un teatro se podía sentir y tocar la gloria.
Acudir al cine en aquel tiempo tenía un problema, el NODO, un noticiario, que hablaba de su Excelencia, el Generalísimo. Un señor bajito que, solía venir todos los veranos a Donostia a pescar atunes en un yate blanco y vivía en un Palacio a las afueras de Madrid. Nunca dormía. La luz de su despacho, todas las noches, permanecía encendida porque trabajaba por el bien de España, decían. Antes de proyectarse el noticiario, la gente debía ponerse de pié y estirar el brazo, aunque tuviese una luxación de codo lateral derecho posterior, que duele un huevo, y esto último, no me lo han contado, es así, duele un huevo, y, aunque todo era gris, como os digo, sonaba una música, que compuso unguipuzcoano de Zegama, Tellería, y, a pesar, de que, tampoco, podía verse el sol, porque todos estaban dentro de una enorme sala cerrada, cantaban algo que comenzaba con cara al sol. A la gente, esto, le parecía que no tenía sentido, cantar al sol en un sitio iluminado por luz artificial y empezó la moda de llegar tarde al cine. Entonces desde el Palacio de aquel señor, bajito, que venía a todos los veranos a Donostia a pescar atunes en un yate blanco, se dio orden de que se cortasen las películas por sorpresa, aunque Estrellita Castro cantase Suspiros de España, en ese último caso tengo mis dudas de que se interrumpiera la canción, porque todo lo que sonaba España y a la nostalgia de la patria pesaba mucho, pero, aquello, solía ocurrir más o menos así y, que, luego, que se proyectase el noticiario.
Una tarde de domingo se interrumpió la película y, a pesar de que caía un diluvio, después de que la gente cantase lo de cara sol bajo la luz artificial, comenzó el noticiario y, justo cuando salía la figura de aquel señor bajito que, solía venir todos los veranos a Donostia a pescar atunes en un yate blanco y vivía en un Palacio a las afueras de Madrid, al que llamaban su Excelencia, el Generalísimo, saltó del patio de butacas un joven delgado, rubio y con gafas , que con un cuchillo de cocina rasgó la pantalla.
Todo el teatro quedó bajo detención durante un par de horas porque se escuchó algún que otro aplauso y por la ciudad se propagó que, alguien, había acuchillado a su Excelencia, el Generalísimo de los ejércitos de España, pero, todo, había ocurrido en la pantalla del Bellas.
Esto lo oí contar de pequeño porque mis abuelos y sus hijos estaban allí y también medio Amara Viejo, incluido un vecino, tranviario, que vivía en nuestro portal y que envenenó a “el Pirracas”, nuestro gato, porque se comió sus sardinas, pero eso ya es otra historia.
Ojalá no derriben “el Bellas” y se convierta en un centro cultural. Curioso Gobierno Municipal revolucionario, éste de Bildu , que , además de sus políticas de reeducación ciudadana en materia de reciclajes de basura, va dar autorización, salvo que lo impidamos, a la construcción de un hotel de lujo derribando un teatro histórico.Ya se que es privado y todo eso, pero se podría hacer algo, creo. De momento más de diez mil personas hemos firmado contra su derribo en Internet.
FUENTE: http://cronicasdeunurbanita.blogspot.com.es
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