"Vete a El Corte Inglés y diles que te den una palomilla", reta K-Toño Frade, pintor, escritor y heredero de la tradición más puramente bilbaína. "Probablemente te responderían que puedes encontrar aves en la tercera planta, pero sólo estarías pidiendo una percha", responde él mismo.
Palomilla, resbalizar, trompa, iturri… y así hasta un completo diccionario de términos acuñados en el Botxo. Sin embargo, en la modernidad del siglo XXI se emplean en su lugar percha, resbalar, peonza o chapa, un síntoma del oscuro panorama que aguarda al lenguaje bilbaino, al que también se conoce como txirene. Esa expresión se traduce por "dicharachero, simpático y alegre" es decir, las señas de identidad que se le suponen a todo oriundo de la villa.
Paradójicamente, el cambio que ha experimentado la ciudad en la última década y la ha lanzado al reconocimiento internacional amenaza con relegar al olvido su jerga más característica. "La desaparición del espacio en el entorno marítimo de la Ría, con los astilleros y el movimiento que se generaba a su alrededor también ha eliminado de un plumazo algunos vocablos y las circunstancias en las que se usaban", certifica K-Toño.
Tampoco ayudan en exceso "la globalización y el protagonismo de los medios de comunicación, que imponen unas modas que son casi iguales en todos los sitios". Además, "las generaciones mayores no transmiten las palabras a hijos y nietos", mientras que "la gente que viene de fuera no los aprende porque no las oye en boca de los de aquí".
El fenómeno txirene se gestó a finales del siglo XVIII y principios del XIX en las calles de una urbe dominada por la industria que se asomaba a la Ría desde el Casco Viejo, que entonces era su núcleo central. Pronto los lingüistas comenzaron a registrar para la posteridad sus particularidades. Entre ellos uno de los vecinos más ilustres, Miguel de Unamuno, que le dedicó los artículos El dialecto bilbaino de 1886 y El diminutivo bilbaino redactado dos años después en el que indaga acerca del empleo del sufijo -lo muy presente en el vocabulario de la ciudad y tendría su origen a su juicio en el latín elus-.
Pero la aportación más señalada, la realizó Emiliano de Arriaga, sobrino del célebre compositor, cuyo Lexicon vio la luz en 1896. Esta auténtica 'biblia' del bilbainismo recopila y describe a veces en tono humorístico el repertorio que todos conocían al dedillo. Incluye asimismo "voces netamente castellanas en desuso que parecen haber anclado sólo en la capital, como arlote, arrecho y lerdo", según citaba el dirigente socialista Indalecio Prieto en un comentario sobre la obra.
Otras no aludían al vocabulario de los bilbainos, sino a la forma en la que se les identificaba en el resto de los territorios. Así, era costumbre de entre los alaveses calificarles de tximbos dada su afición a cazar estos pajarillos". De ahí el origen de la tximbera o carabina de aire comprimido con la que se disparaba a estos animales", según se menciona en el blog Txirenadas desde el Botxo.
A falta de conversaciones en familia, internet está asumiendo el papel de vehículo transmisor de estas expresiones. Recuperar su uso en los quehaceres cotidianos constituye su principal objetivo. Que la empresa se logre depende "de la aceptación que consigan en la calle, porque si la gente no lo habla, no sirven más iniciativas", sentencia K-Toño. Afortunadamente, el horizonte es gris y no tan negro como podría parecer, ya que algunas palabras perviven en el habla de los bilbainos, empezando por su forma de designar a la ciudad. El Botxo, que se refiere a su orografía encajada en lo más profundo del valle.
Sinsorgo por insustancial, napia por nariz, papos en lugar de mofletes, tarisco en vez de mordisco, larri por triste, etc. todavía se oyen con frecuencia. En otros casos como el término farolín su significado ha evolucionado, pasando de designar a una persona presumida a bautizar a uno de los personajes protagonistas de los carnavales.
Incluso se ha ampliado el abanico de expresiones gracias a la transformación de la ciudad. El perro Puppy "y la casa que tiene al lado" como llama el popular txikitero Petiso al Museo Guggenheim se han convertido en blanco preferido de los dardos lingüísticos.
FUENTE: Elixane Castresana en Diario Deia, 14 enero 2008
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