Algunos nietos derramaron lágrimas y algunos hijos se emocionaron al recordar a sus abuelos y padres caídos durante los 25 días que duró la Batalla de Villarreal entre el 30 de noviembre y el 24 de diciembre de 1936: Mil muertos y 3.500 heridos entre gudaris y milicianos en el combate más duro, una ofensiva del Ejercito vasco-republicano, que vivió Araba durante la Guerra fratricida.
Ayer, en las campas de Larragoien, en el monte Albertia, se evocó envuelto en profundos sentimientos aquél momento terrible de la historia reciente. Los ganadores, el bando franquista, celebraron durante muchos años la gesta de sus combatientes, -700 en Villarreal al principio y 5.000 después-, que aguantaron la embestida de 34 batallones y 15.000 hombres.
Un monumento, que desapareció en los años 90, recordaba lo que para ellos fue una importante victoria. Una escultura que nunca quiso visitar Francisco Gras, hijo de Pedro Gras, capitán del Batallón Azaña, de Izquierda Republicana, fallecido en plena refriega el 3 de diciembre de 1936 en el pinar de Txabolapea.
Pedro había viajado desde Dallas (Texas) para asistir al acto. «He venido muy a gusto a este homenaje para recordar a los que dieron su vida por defender la libertad», señaló con indignación porque se ha enterado de que su padre fue enterrado, contra la voluntad de su madre, junto con muchos muertos de la Batalla en el Valle de los Caídos.
El momento más emotivo del acto fue precisamente cuando tres supervivientes de aquella batalla, Antonio Loinaz del batallón Loyola (PNV), Eduardo Uribe, del González Peña (UGT), y Emilio Aguirre del Perezagua (comunista), descubrieron la placa que recuerda la Batalla y que junto a un monolito quedará para la memoria. Los supervivientes agradecieron las muestras de cariño y el reconocimiento que supone un acto así. «Nos han hecho vivir con vergüenza pertenecer a aquellos Batallones. Que se sepa que aquí se luchó y se murió en la batalla y de frío», evocó Antonio Loinaz.
El socialista Eduardo Uribe, que ha escrito un libro de sus recuerdos, también daba las gracias mientras contaba sus peripecias en lo alto de un árbol para evitar el barrizal y sus años en las cárceles franquistas. Grupos de personas se juntaban junto a Emilio Aguirre para escuchar sus anécdotas y la paradoja de haber luchado en el otro bando después de ser hecho prisionero.
La concejala de Cultura, Begoña Garigordobil, y el alcalde de Legutiano, Pedro Berriozabal, expresaron el sentido de la conmemoración: «Aunque llega tarde teníamos que saldar una deuda con todos los que lucharon aquí por la libertad», señaló la edil. Por vez primera, se recreó también una posición de combate del Batallón de gudaris Saseta: Sacos terreros, fusiles máuser, pistolas Astra y una ametralladora austríaca de la I Guerra Mundial, de las que se usaron en la batalla, se mostraron en la campa. Miembros de la asociación Sancho de Beurko, pudieron uniformarse con las cazadoras canadienses, los buzos y los borceguíes (botas) con polainas que vestían gudaris y milicianos.
FUENTE: F. GÓNGORA para DIARIO EL CORREO (Ed. Araba), 3 de diciembre de 2007. FOTOGRAFÍA: Blog de Iñigo Landa, 03-12-07.
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