No era un sabio, era un ultra.

Me encontré una vez, y por casualidad, en Madrid con el recién fallecido Luis Aragonés. No hacía ni un mes que habían asesinado al seguidor de la Real Sociedad, Aitor Zabaleta.

No me lo pensé dos veces. Un personaje tan borde como engreído como el finado debió pensar que le iba a pedir un autógrafo. No soy de pedir autógrafos a nadie, luego, menos a un personaje de semejante calaña.

Sé perfectamente que, cuando alguien fallece, todo son loas (muchas veces falsas). Lo suele describir muy bien el senador Anasagasti cuando se refiere en su último libro (Jarrones Chinos) al presidente Adolfo Suárez. Siempre dice que acabó sólo con Agustín Rodriguez Sahagún y defenestrado pero, el día que falte, habrá codazos para coger primera fila en sus exequias.

Al grano. En la puerta del Hotel Intercontinental me dirigí a él y le inquirí acerca del, entonces, recién asesinato del citado seguidor txuriurdin. Dos respuestas. Secas y bordes. "Lo que no sé es que hacía aquél chaval allí" y "Seguro que algo haría o diría".

Acojonante: ¿Qué hacía allí? Pues ir a ver al equipo del que era seguidor, ataviado con un gorro con los colores de la Real Sociedad. Acompañado de su novia.

¿Algo díjo o hízo? Sí, intentar mediar entre unos ultras (de los "queridos" por Luis Aragonés) y unos aficionados acompañados de menores. Resultado: Un certero y mortal navajazo en el corazón.

Así que, siento tanto la muerte del que le apodan el Sabio de Hortaleza como la del otro ultra Blas Piñar: O sea, NADA.

No soy muy creyente. Realmente nada, pero, en todo caso, no creo que ni Piñar ni Aragonés se ecuentren en el cielo con Aitor Zabaleta. En caso de estar equivocado, al menos Aragonés debería ofrecerle alguna disculpa.

Yo no sé qué harán los jugadores de La Real mañana en El Vicente Calderón (ni me importa) pero yo no haría un minuto de silencio (ni medio como hoy en Camp Nou). Imagino que mañana se hará en San Mamés. No será secundado por mí. No silbaré ya que tengo más educación que el difunto barraquero, pero me dedicaré a comer pipas.

Aquéllas dos respuestas me dejaron helado y forjaron en mí una idea de ese personaje: borde, frío y distante. Quizás tuviera razón el portero de aquél hotel (que vió y oyó todo) cuando me dijo: "No le tome en serio lo que le ha dicho. Seguramente habrá vuelto a beber"

Dicho queda. Homenajes cero. Por lo demás, descanse en paz. No soy tan malo. Pero tampoco un "pelota" al uso.