Uno de los mejores post que he podido leer en relación al tercer fiasco consecutivo de la Candidatura Olímpica de Madrid. Su autor es mi colega bloguero Francisco Pascual (que, también, es redactor jefe de la sección de economía de EL MUNDO). Escribe en su Bitácora "¡No doy crédito! lo siguiente:
El 13 de julio pasado llegué con tres horas de antelación a la Terminal 4 de Barajas para coger un vuelo a Sydney. Pensé que, al ser un día punta para el turismo, podría haber colas en los controles de seguridad, pero, en menos de 20 minutos, ya estaba en la puerta de embarque.
Un grupo de niños jugaba al fútbol con un balón de plástico. Si hubiesen querido, podrían haber estado jugando al polo. No molestaban a nadie.
En el inmenso pasillo de la T 4 donde aguardábamos, apenas había un par de vuelos y casi todas las tiendas estaban cerradas. Me levanté a ver el panel de salidas y llegadas de la mayor infraestructura construida en Madrid en siglos. Dos de las tres pantallas estaban fundidas en negro. Era el símbolo es la imagen de una ciudad donde la gente ni viene, ni se va. Una ciudad que no pinta.
El vuelo salió puntual. Un ingeniero neozelandés se sentó a mi lado. "¿Habláis inglés?", preguntó. "Nos defendemos", contestamos mi novia y yo, y el hombre suspiró de alivio. Me contó que le gustaba Madrid, pero que había venido a cerrar un negocio con una "gran compañía de ingeniería española" y que le habían engañado. "Me vuelvo a Nueva Zelanda, hemos perdido mucho dinero en este viaje, pero es mejor eso que hacer negocios con gente que no es seria". Vino una azafata ofreciendo bebidas y estuve a punto de pedirle un whisky doble. Tomé un té.
Sydney es una de las capitales del nuevo mundo. Sus ciudadanos no tienen ni idea de los padecimientos que ha provocado en Occidente la crisis financiera. Mientras Europa y Estados Unidos penaban, Australia crecía al 4%, impulsada por las exportaciones de materias primas a China. Ahora están preocupados por el frenazo de la demanda asiática, la burbuja inmobiliaria y por un informe adverso de Standard and Poor's, que prevé que aumente el paro. Según este estudio, en el escenario más crítico, el desempleo llegará al 6,5%. El pasado domingo echaron al primer ministro.
El periódico más vendido de Australia se llama 'The Australian' y es de Rupert Murdoch, amigo y jefe el ex presidente José María Aznar en News Corporation. En una edición dominical de agosto encontré dos referencias a España. Debajo del epígrafe 'Ciudades del mundo', Barcelona figuraba en una relación de metrópolis con la previsión meteorológica al lado. No estaba la capital de España, Madrid, que, sin embargo, sí venía citada al lado del nombre del presidente del Gobierno en una columna de opinión de un comentarista económico. Se preguntaba el analista cómo era posible que Mariano Rajoy no hubiera dimitido dado el escándalo de corrupción que le asolaba.
Me extrañó que en Deportes no hubiese una sola mención a algún campeón español, pero allí el fútbol es algo menos que aquí el balonmano.
Uno no tarda mucho en sentir la insignificancia de nuestro país cuando viaja hacia oriente. La marca España no existe como nosotros la tenemos concebida. Fuera del planeta fútbol, la marca España es la marca Barcelona, la ciudad que organizó unos Juegos Olímpicos hace 21 años y ha sabido modernizarse.
Antes de salir de viaje escuché a una amiga ex medallista olímpica decir que era "seguro que nos daban las olimpiadas, porque en Estambul había disturbios y Japón tenía a Fukushima".
Por mi trabajo, ojeo todos los días la prensa internacional, especialmente la económica, y durante los últimos tres años Madrid aparece en las portadas asociada al desastre económico. Si Barcelona es la ciudad 'cool', Madrid es un topónimo administrativo donde ubicar el epicentro de la ruina financiera y la corrupción política.
Fuera del ruido mediático patrio y de las piruetas dialécticas del Gobierno por edulcorar los datos, la realidad económica española se percibe tan transparente como sus cifras: cerca de un 27% de paro y 10,3% de déficit. Y la realidad política se vincula a la corrupción y la debilidad de las instituciones. Y lo de este fin de semana tiene de todo un poco.
El poder político en Buenos Aires estuvo representado por tres personas. Un presidente autonómico que, en plena amnistía tributaria, recurre a un paraíso fiscal para alquilar y comprar un apartamento en Marbella. Una alcaldesa que, al igual que el anterior, no ha sido elegida directamente por sus ciudadanos y cuyo mayor mérito político conocido es el de haber sido una correcta consorte de un presidente de Gobierno. (el tercero es el hijo de un Jefe de Estado, igualmente no electo).
No es necesario recurrir a sus intervenciones en inglés para criticarla. Ana Botella tampoco sabe improvisar un discurso en castellano. Apenas comparece en público y, cuando lo hace, emite eslóganes enlatados que muchas veces, como sucedió en Buenos Aires, no tienen que ver con lo que se le pregunta. Esto es grave porque es sólo un síntoma. La enfermedad es peor: el nepotismo. Se empieza sorteando la voluntad de las urnas y se acaba hablando de café con leche delante de un jurado internacional del deporte.
No creo que Ana Botella lo hiciera tan mal. Al menos, si se la compara con Mariano Rajoy. Cabría preguntarse si los miembros del COI veían en él sólo al presidente de una nación al que le importaba tan poco la candidatura que ni siquiera se había aprendido de memoria el discurso, o a un dirigente que lleva el timón de un país en ruina mediante una política titubeante y una pasmosa tolerancia con la corrupción interna. Rajoy soltó una retahíla de números que avalaban supuestos brotes verdes mientras el 'Financial Times' publicaba a toda página un reportaje sobre la malnutrición de los niños españoles a causa del paro. Igual el presidente piensa que en el COI sólo ven Telemadrid y leen la prensa afecta. Qué lástima.
Cuando regresé a España sólo funcionaba una de las cintas de equipajes de la Terminal 4. Como no había más vuelos, no hacían falta más. Era el 13 de agosto. Mi novia y yo ayudamos con el equipaje a una bióloga de Zaragoza que había estado dos años investigando en Nueva Zelanda y se marchaba a Canadá porque "en España no hay nada".
Desde entonces, quizá acuciado por la debilidad de su candidatura, el Gobierno se ha dedicado a desgranar indicios de recuperación que tuvieron su éxtasis el 6 de septiembre, el día antes de la cita de Buenos Aires, en el que Cristóbal Montoro, proclamaba poco menos que España era la envidia de Occidente.
Posiblemente Madrid perdió su gran oportunidad olímpica cuando cayó en el pulso frente a Londres. Rajoy culpó entonces a la política exterior de Zapatero. Hoy no está Zapatero, pero está su terrible herencia económica, está Rajoy, está Rubalcaba, está Bárcenas, está Griñán, están los ERE, está Oriol Pujol, están los seis millones de parados, están los sueldos millonarios de la banca, están los desahucios, está lo que somos.
Más que acusar de corrupción al COI, algo que salido de ciertas autoridades españolas da risa, podríamos aprender la lección de que, sin una mejora de nuestra calidad democrática, no habrá juegos. Y si aún así tampoco hay juegos porque en el COI medra un jeque corrupto, al menos seremos un país mejor.
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