Escribir en comunidad.
En la eterna discusión entre los que están a favor de la autoedición (o de la coedición) y los que apuestan por la edición tradicional, hay un dicho que empieza a escucharse más y más, sobre todo en relación a la edición digital: tenemos que eliminar a los intermediarios. En una nueva era en la que cada vez es más común que un libro triunfe sin la intervención de una editorial, vendiendo a destajo en plataformas como Amazon, se vitorea el concepto de háztelo todo tú mismo. Prescinde de editor, de maquetador, de corrector, de diseñador, de distribuidor y librería, y dedícate solo a pagar el grueso del pastel a una gran infraestructura virtual. Al fin y al cabo, tu libro es solo tuyo. Como escritor, has hecho tú todo el trabajo, ¿no es verdad?
Hoy en día, tal vez más que nunca, se concede una importancia fundamental a la idea de creación. El escritor crea, luego merece todo el mérito del texto. Hace surgir de la nada una composición, le da vida. ¿Pero esto es realmente así?
Para empezar, partamos de la base de que nada surge de la nada más absoluta. El escritor tiene el peso de la influencia de todo lo que ha leído, todos los medios que lo rodean, y además no escribe exclusivamente para él mismo, sino con una figura muy concreta de lector en mente (por lo menos si busca publicar; no hablamos de escritores cuyos legajos solo van al cajón de la mesita de noche). Forma parte de un contexto, de una textualidad, es decir, está condicionado por el acervo cultural en el que ha nacido y donde se desarrolla. No hay nada nuevo bajo el sol, dicen, y por mucho que uno intente innovar, esta supuesta innovación parte como respuesta a formas tradicionales, a las que el autor les debe precisamente su deseo de antagonismo. Por otro lado, hasta el escritor más experimentado y profesional necesita lectores de prueba para comprobar que no haya erratas e incoherencias. Ese primer filtro ya nos otorga un texto ligeramente diferente del que se escribió en primera instancia.
La corrección de estilo, cuando se aplica, proporciona una dinámica extraordinaria a un texto. Los ojos de un buen corrector saben reconocer estructuras cacofónicas, torpes o desmañadas, identifican repeticiones innecesarias tanto fonéticas como gramaticales, pillan incongruencias al vuelo. Y qué decir de los lectores profesionales, que orientan de manera crítica. Todo el trabajo realizado sobre el texto original lo enriquece, forma parte de la obra y se vincula al todo que es ahora tu compendio de palabras escritas, tecleadas o recitadas.
Y, por fin, el lector es el que le proporciona auténtica vida a la obra. Ese lector aplicará sus propias emociones, inteligencia y comprensión a tu texto. Le dará una vida nueva que lo convertirá en algo más complejo y redondo. Merece tener entre sus manos una obra válida, bien escrita, bien editada. Porque si no es así, ocurrirá una de dos cosas: el lector prescindirá de esta obra, que no está a la altura de sus exigencias mínimas; o bien aceptará una experiencia de lectura mediocre que rebajará su nivel de expectativas y contribuirá a construir una sociedad con una demanda cada vez más conformista, con un criterio cada vez más reducido y una visión cada vez más limitada de las posibilidades del arte.
Tu libro no es solo tuyo. Tu libro es de todos. Es un proyecto conjunto, no existe en el vacío. La eliminación de intermediarios que pueden llegar a convertirse en innecesarios (como distribuidoras o librerías físicas) puede redistribuir los ingresos de un libro y convertir las regalías del autor en un porcentaje mucho más digno y justo (en proporción al esfuerzo de este y el tiempo invertido). Pero prescindir del equipo editorial por completo (del editor competente que sabrá adaptar tu obra a las exigencias del mercado y podrá discernir si tiene la calidad suficiente para entregarlo a este; del corrector que transformará tu libro en una lectura mucho más digna; del diseñador que le dará una apariencia mucho más atractiva y cómoda para tus lectores potenciales; incluso de los profesionales publicitarios que pueden ayudarte a llegar a rincones insospechados) puede ser un gran error. Cierto, no estamos en una sociedad perfecta en la que todos los profesionales de la edición cumplen bien su trabajo, pero esta no es razón para eliminarlos de un plumazo. Un libro sigue necesitando de filtros de calidad y de trabajadores que sepan construir, entre todos, un elemento completo del maravilloso acto de la comunicación estética.
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