Bilbao. Domingo 26 de mayo de 2013, último partido de liga en San Mamés.
En 1997 ante la inminencia, al año siguiente, del centenario de la fundación del Athletic Club de Bilbao la junta directiva, entonces presidida por Jose Mª Arrate, solicitó a artistas de Euskal Herria que cedieran o hicieran un obra para un exposición que finalmente con 78 destacadas creaciones artísticas diversas se expuso en Rekalde Aretoa del 12 de mayo al 28 de junio de 1998. Entre ellas había dos cuadros que tomaron como referencia el magnífico arco de la tribuna del campo de San Mamés. Uno, del prestigioso pintor Mikel Díaz Alava (Bilbao, 1947) un gran acrílico sobre lino de 200x200 cm. sin título, que sobre una representación del ámbito metropolitano en expresión abstracta destaca varios gruesos trazos curvilíneos rojos y blancos algo difusos dominando la escena. El segundo, es de otro destacado pintor y profesor en la Facultad de Bellas Artes, Jesus Mª Lazkano, (Bergara, 1960) denominado El anteúltimo diluvio.
Esta obra, por su titulo premonitorio y explícita representación artística induce a la presente reflexión. Se trata de un gigantesco lienzo de 120x350 cm. muy efectista en el que se describe una impresionante situación atmosférica, un diluvio, que cubre la muy difusa trama urbana de Bilbao dominando toda la escena en color azul y en su parte derecha, como elemento principal de la composición, sobresale única y magníficamente en su espléndido color blanco el arco. En el ángulo superior izquierdo un rasgo horizontal claro, disipado el drama, sugiere un espacio de esperanza.
Tan apocalíptica visión muestra que la catástrofe oculta el resto de la villa, tal vez la extermina figurativamente, pero es condescendiente con aquello que la naturaleza considera no sólo salvable sino imprescindible e imperecedero por su trascendental relevancia para el futuro de la humanidad: el arco. Denota la sabiduría de los trágicos efectos naturales que afectan al planeta pero perciben el don de la belleza que la maldad de ciertos habitantes de la tierra se obstina en destruir, especialmente en Bilbao, capital europea de la destrucción democrática de la ciudad y el territorio.
A su vez la catástrofe empapa a una población crédula seducida y sometida a un colapso que no puede discernir entre lo terrenal, el paraíso prometido con el nuevo campo, y lo celestial, el sublime arco que embellece con firmeza el firmamento de la villa. Este artístico mensaje previsor y estremecedor aconseja reflexión, prudencia y exigencia.
Este artículo es una interpretación personal que en absoluto implica a su autor, quien reiteradamente ha mostrado su gusto y atención por la arquitectura en todas sus facetas, especialmente por aquellas que crean paisaje sobresaliendo de su ámbito e induciendo a lecturas afectivas plenas de romanticismo, emoción e implicación en una apreciación compartida.
Ante este preciosista relato que denota un ultimátum estético y espiritual es precisa una respuesta social ética. No podemos permanecer indiferentes, pasivos pensando que ya lo solucionarán otros y quedarnos seducidos por el nuevo campo. El desafío y la provocación ante la incompetencia y la mediocridad de los implicados han terminado, el tiempo se ha acabado, estamos en la prórroga. Es por tanto imprescindible reaccionar, ser radical es tener raíces. Un pueblo sin conciencia, identidad y autoestima no es más que un campamento.
Frente a este institucionalizado instinto básico destructor debemos actuar con coraje cívico en legítima defensa de un patrimonio cultural de la técnica, la ingeniería e incluso la arquitectura deportiva inigualable en el mundo que nos pertenece, seamos socios, aficionados, técnicos o simplemente devotos de la mirada. No se nos puede sustraer lo que es nuestro.
La Ley 7/1990, de 3 de julio, de Patrimonio Cultural Vasco, en su Exposición de Motivos, cita: “El patrimonio cultural vasco es la principal expresión de la identidad del pueblo vasco y el más importante testigo de la contribución histórica de este pueblo a la cultura universal. Este patrimonio cultural es propiedad del pueblo vasco.”
Y, sí es preciso manifestarnos como ciudadanos poseedores de elemental sensibilidad, lo haremos, en nuestro terreno de juego, la calle; como lo han hecho masivamente habitantes de otras poblaciones de nuestro país en defensa de su legado cultural.
El principal fundamento teórico de la arquitectura lo describió el arquitecto romano Marco Vitruvio Polion, en el siglo I a.C. con su tratado “De architectura libri decem”: Venustas, Firmitas, Utilitas. Es decir, Belleza, Firmeza, Utilidad. Estas tres condiciones básicas son los evidentes valores supremos del arco.
Esta estructura curvilínea es una de las más bellas de la historia de la arquitectura moderna. Incluso dada su ligereza, diafanidad y elegante color blanco se apropia conceptualmente de su función sustentante y se convierte en un omnipresente hito que por situarse en la línea del cielo tiene una gran responsabilidad y protagonismo estético. En consonancia con lo que afirmaba el gran artista vasco Eduardo Chillida (Donostia, 1924-2002) “El horizonte quizá sea la patria de todos los hombres; unos lo ven de un lado, otros lo ven de otros” Y el arco lo vemos y lo sentimos muchos, quizá casi todo el pueblo vasco, pero quienes lo tiene más cerca no lo ven.
Si el título del cuadro se refiere al anteúltimo episodio destructivo ya queda muy poco puesto que son previsibles nuevos sucesos de barbarie patrimonial y Bilbao sería eliminada del mapa como ciudad civilizada. Esta fenomenología y perpetuación del desastre no puede continuar con tanta impunidad mientras sigan gobernando esta estirpe de calamidades y manipuladores al servicio de Ayuntamientos y Diputación. Hay que evitar sus consecuencias e incluso identificar públicamente a sus culpables. En vista de la situación arquitectónica dominante otra representación catastrofista posible que se sugiere a algún artista sería aludir al fuego. Un colosal incendio urbano arrasa la villa pero no arruina el arco que emerge potente entre humo negro y llamas rojas, como la indumentaria del equipo.
Finalmente, resulta una insultante hipocresía que esta obra de arte permanezca ni un instante más en la sala de juntas del Club aunque sean, impropiamente, propietarios materiales como una posesión de quienes no aprecian el arte de construir y crear belleza simultáneamente. El cuadro debería ser retirado o incautado por manifiesta incapacidad de valorar lo que significa un bien cultural, sino quedaría como una perpetua acusación, un elogio de la brutalidad. Es rotundamente incompatible este artístico homenaje y mensaje pictórico con la furia destructora de las sucesivas directivas del Athletic atrofiadas sensorialmente desde que se inició el propósito de un nuevo campo, bastante anticuado por cierto. Especialmente la actual Junta que ha acometido las obras, despreciando con evidente ignorancia el inmenso valor de una estructura perfectamente reutilizable como un supremo sentido simbólico. ¡Qué barbaridad Bilbao!
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