Las mayorías sociales y políticas vasca y catalana favorables a desarrollar un proyecto propio en la UE, mayorías que serán tanto en la calle como en sus parlamentos aún más grandes tras los próximos comicios en los dos países, no dejan lugar a dudas.
EXISTE un acuerdo bastante generalizado en que la construcción autonómica del Estado español se diseña -en parte- para tratar de integrar, en intención de otros diluir, a Euzkadi y Catalunya dentro del mismo. Y que este intento -sea el de integrar o el de diluir- ha fracasado. Treinta y cinco años dan para mucho. Si algo cabe destacar es que aquel espíritu del debate constituyente, si es que de verdad algún día existió, nada tiene que ver con la historia sucedida después.
Así, Euzkadi y Catalunya siguen siendo un problema pendiente de resolver.
Escribo estas líneas por petición de El Punt-Avui y el Grupo Noticias. No quiero ni pretendo interferir en el debate abierto en Catalunya y, mucho menos, dar consejos o recomendaciones. Mi intención es compartir unas breves reflexiones sin más propósito que exponer simplemente unas pocas ideas. Ni mejores ni peores que las de los demás.
Tampoco entraré en el debate comparativo sobre la situación y futuro de Euzkadi y de Catalunya. Cada uno tiene su personalidad y cada país tiene su camino y estoy seguro que sus ciudadanos y ciudadanas sabrán encontrarlo.
De hecho, las mayorías sociales y políticas vasca y catalana favorables en la calle y en sus parlamentos -serán aún más grandes tras los próximos comicios en los dos países- a desarrollar un proyecto propio en la Unión Europea no deja lugar a dudas.
Y tampoco dejan lugar a dudas las declaraciones de los máximos responsables del Estado que se han dirigido a estas con "gran respeto": "quimeras independentistas…"; "el futuro de Catalunya se decidirá en España". El mismo respeto que en estos últimos años han tenido con todas las iniciativas democráticas presentadas por los parlamentos vasco y catalán que se han despachado, por cierto, con el mismo democrático método: el portazo. Pero en nuestros pueblos vivimos el tiempo de las "utopías realizables" de modo que, al menos, tan quimérico resulta hoy defender la independencia de Euzkadi o Catalunya como la unidad de España.
Thomas Jefferson es quizás el que con más brillantez defendió la idea del útil y necesario consenso constitucional generacional. Es decir, que cada generación debería ser capaz de impulsar un debate constituyente que concluya con un acuerdo de convivencia renovado. Fíjense que en Catalunya y en Euzkadi las personas con menos de 50 años no han podido decidir sobre el modelo de convivencia política, constitucional o estatutaria, que estima más conveniente mantener con España, Francia o la Unión Europea.
En estos años, los cambios han sido sustanciales y solo hay que mirar todo lo que implica la existencia del euro. El Estado español se ha rediseñado a las necesidades que reclamaba la construcción de Europa y a las de la crisis económica, llevando a cabo incluso una reforma constitucional exprés. Sin embargo, por dentro se ha mantenido fosilizado. Añádase a ello que buena parte de las reglas que aprobaron quienes tuvieron la oportunidad de decidir han sido incumplidas unilateralmente por los distintos gobiernos de Madrid.
Leopoldo Calvo Sotelo, en su libro Memoria viva de la transición, dice que la LOAPA y los pactos autonómicos contribuyeron a que el proceso autonómico pasara de un régimen turbulento a un régimen laminar.
Curiosa expresión, que lejos de su significado técnico, supuso "laminar" las aspiraciones legítimas y democráticas de las naciones del Estado. Al parecer, nada tuvo que ver el golpe de Estado de Tejero ni las amenazas de los militares. Años después, sería Alfonso Guerra quien dijera aquello de que "hemos cepillado" el nuevo Estatut de Catalunya. Esta tendencia al autoritarismo democrático es otro de los errores que han impedido hasta el momento solucionar el problema. Lo que hemos visto es que se prefiere enterrar los problemas a solucionar mediante el diálogo los conflictos.
O, dicho de otro modo, la Constitución se presenta no como un marco donde encuentran cabida las expresiones democráticas de las naciones del Estado, sino como un martillo pilón que entierra las mismas.
La consecuencia es que nos hallamos ante un sistema que es incapaz de abrir una vía de discusión, diálogo y posterior acuerdo y que recurre al portazo o a la imposición para solventar las reclamaciones democráticas que le plantean las naciones que forman parte del Estado. Porque la propia Constitución señala al Estado como plurinacional. Este espíritu constituyente que reconocía y respetaba el carácter plurinacional es una de las quiebras unilaterales.
España ha entendido que la única nación es ella y que no hay nada más sobre lo que discutir.
Un pésimo estado de opinión política porque la consecuencia que aporta es que las naciones que forman parte del Estado solo tienen dos caminos: o aceptan el modelo de convivencia que España decide unilateralmente o no tienen otro camino que irse del Estado. Resulta completamente desalentador que entre una y otra opción aún no se haya encontrado un camino que ponga el diálogo y el respeto a las ideas como bases fundamentales para resolver los problemas de encaje político territorial que es más que notorio y evidente que tiene el Estado.
Me parece más sensato partir del hecho de que hoy en día ninguna nación es plenamente soberana y que su soberanía la mantiene compartida. En el marco de la Unión Europea esto es también más que evidente y, bajando más a la actualidad, es obvio que España ha cedido importantes dosis de soberanía para tratar de solucionar su crisis económica y financiera. Ello por no decir que la va a ceder completamente. Es incoherente estimar que no hay problema para compartir soberanía dentro de la UE con la troika, con Luxemburgo, con Estonia o con Grecia, pero sí con Catalunya o Euzkadi.
El concepto de soberanía compartida, por tanto, resulta muy útil y recomendable para encarar la solución de reivindicaciones de naciones que forman parte del mismo Estado. A mi entender es la mejor lección que podemos extraer de la sentencia que en su día, y ante un problema similar, dictó el Tribunal Constitucional de Canadá. Estableció que si en Quebec había una expresión democrática clara de modificación de su estatus político, el Gobierno de Canadá tiene la obligación de abrir una vía de diálogo y acordar una solución que ofreciera un cauce a las reivindicaciones planteadas y refrendadas por la sociedad québécois.
Podríamos decir que el Reino Unido se plantea un modelo similar con Escocia y deberíamos copiar el talante cívico y democrático con el que los ciudadanos escoceses y británicos abordan este debate. Y no tengo duda alguna de que el debate sobre la identidad va a ser uno de los debates más relevantes del siglo XXI. Un debate que dejará en evidencia reflexiones falsarias como la que afirma que si vivimos juntos decidimos juntos. Para vivir juntos y decidir juntos hay que tener primero la oportunidad de decidir si queremos vivir juntos, como tuve ocasión de expresar en las Cortes españolas, en día no muy lejano en el tiempo y que jamás olvidaré, representando a mi pueblo.
En mis clases trato de explicar que el gobierno en los distintos países debe ponerse al servicio del desarrollo humano sostenible. Es decir, el gobierno no es solamente disfrute del poder, sino una gestión de las herramientas económicas y fiscales que tenemos a nuestro servicio para cohesionar la sociedad, articular mecanismos de solidaridad y favorecer el crecimiento económico, el empleo, la redistribución equitativa de la riqueza, etc.
Y el problema comienza cuando una nación estima que no tiene las herramientas suficientes para llevar a cabo esta labor.
Diagnosticar el problema no es lo relevante. Y Catalunya y Euzkadi son un ejemplo. Lo relevante es buscar una solución que no pase por la utilización de la Constitución como un martillo pilón. Así intenté expresarlo en el turno de réplica en el citado debate del Congreso: "¿Saben lo que van a hacer ustedes hoy si se dice no, si se da un portazo al conjunto de la sociedad vasca, mayoritariamente representada en esta decisión del Parlamento Vasco? Es erigir un gran monumento a la necesidad que tenemos, mañana mayor que hoy, de solucionar las cosas hablando y negociando".
Jefferson tiene razón, no es una quimera.
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1 comentario:
Ibarretxe, eres un fascista totalitario! Soy vasco y español y eso ni tu ni nadie me lo va a robar.
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