La izquierda abertzale ha decidido participar con todas las de la ley en las elecciones generales convocadas para el 20-N. La decisión es suya y ha de ser respetada. Sin embargo, no es necesario gozar de una memoria especialmente prodigiosa para recordar que, desde el año 2000, venía haciendo una campaña tan intensa como agresiva en contra de la participación en estos comicios.
Una campaña -es preciso subrayarlo- que no descansaba sobre razones coyunturales o de oportunidad vinculadas a las circunstancias del momento, sino sobre principios estratégicos y hasta ideológicos, de carácter estructural y permanente. De ahí la sorpresa -mayúscula sorpresa- que produce su cambio de actitud. Porque, cuando una formación política toma posiciones apelando a la coyuntura, nadie puede reprocharle que cambie de criterio, si las condiciones han cambiado.
Pero cuando las actitudes políticas se justifican invocando los principios, su alteración sugiere de inmediato la grotesca imagen de Groucho Marx, cuando decía aquello de "estos son mis principios, si no le gustan tengo otros".
En las elecciones de marzo de 2000, propugnó la abstención con una tenacidad digna de encomio. No se había aprobado todavía la Ley de Partidos. Todas las siglas eran legales. A nadie se le impedía formar candidaturas y someterlas libremente al dictado de las urnas. Euskal Herritarrok gozaba, pues, de plena libertad de movimientos. Empero, la izquierda abertzale hizo votos por la abstención, arguyendo que el boicot constituía el modo más claro y eficaz de plantarse ante unas instituciones impuestas, que vulneran nuestros derechos nacionales y niegan nuestra condición de nación diferenciada.
La decisión -así se dijo- se situaba por encima de la coyuntura política. Era una posición de fondo; básica; de principio. Según afirmaba un documento interno de la izquierda abertzale, no era admisible andar a medias tintas; "no se puede -argüía- jugar al mismo tiempo allí (en Madrid) y aquí (en Euskadi). Es preciso -concluía- optar de una vez por todas entre Euskal Herria y España".
Se trataba de demostrar con los hechos, y no sólo con palabras, "que somos capaces de romper las cadenas que nos han sido impuestas y de avanzar por un camino propio […]; que en Euskal Herria hay fuerza suficiente como para superar la dinámica declarativa y pasar de las palabras a los hechos, avanzando hacia la construcción de una Democracia Vasca". Y se trataba, también, de hacer ver a los demás partidos nacionalistas que "no es ni coherente ni eficaz reclamar un nuevo marco político y continuar trabajando en el vigente, participando en el parlamento español". La experiencia acumulada -afirmaba el documento-, "doce años con el PSOE y cuatro con el PP son suficientes para poner de manifiesto que las instituciones nacionales españolas no son nuestras y nos demos cuenta de que necesitamos nuestras propias instituciones nacionales". Y proseguía: "No se puede afirmar que estamos a favor de la construcción de Euskal Herria y, al mismo tiempo, participar en las elecciones españolas, porque los vascos tenemos derecho para decidir sobre todo lo que nos corresponde como pueblo".
Dentro de la nutrida y variada cartelería que utilizaron para difundir esta posición a los cuatro vientos, destacaba un tríptico rojo en el que se ofrecían a los ciudadanos "once razones para abstenerse". Su tesis era muy sencilla. El abertzale coherente y comprometido con el camino iniciado por el pueblo vasco hacia la soberanía, había de abstenerse en unos comicios españoles por dignidad, por la democracia, por la paz, por la libertad, por la madurez, por responsabilidad política, por coherencia, por seguridad, por nuestra economía, por nuestra cultura y por el futuro en libertad de este pueblo. Por todas esas razones -once, en total; hamaika en euskera- "y porque deseamos la democracia, la libertad, la soberanía y la paz para Euskal Herria -sentenciaba el folleto- ABSTENCIÓN".
En el plano metodológico, los documentos internos apostaban por impulsar actos de desobediencia civil -se recordaba de manera especial que algunos de ellos como, por ejemplo, solicitar la baja en el censo electoral o negar, desde los ayuntamientos, la ayuda necesaria para la constitución de las mesas electorales, no están castigados por la ley- y se recomendaba no adoptar medidas de fuerza que impidiesen a los ciudadanos ejercer el derecho de voto, aunque se apostillaba que "se les habrá de explicar con claridad que constituye una enorme contradicción votar y, al mismo tiempo, identificarse como independentista o soberanista; no se puede participar en las elecciones -concluía- para legitimar las instituciones de un Estado que impide violentamente el derecho de nuestro pueblo a la democracia y la paz".
En 2008, con la ilegalización ya culminada, volvieron a cubrir las paredes de nuestros pueblos y ciudades con coloridos pasquines a favor de la abstención. En esta ocasión, se denostaba la participación en los comicios, recurriendo a la imagen de una papelera en la que figuraban las papeletas de todas las formaciones que apostaban por concurrir a las elecciones y, muy particularmente, la del PNV y NaBai. El mensaje era claro. Para un nacionalista vasco, votar en las elecciones generales equivalía a echar el sufragio a la basura, porque no era ese el camino a seguir. Mediante la abstención, por el contrario, la izquierda abertzale pretendía "abrir paso a la reivindicación de la independencia" y mostrarse ante la sociedad vasca como "la voz del independentismo". Así lo establecía el documento que elaboraron para establecer la estrategia a seguir "de cara a las elecciones españolas".
Una vez más, se insistía en la idea de que, para un nacionalista vasco, no existe margen posible para la creación de un "tercer espacio" entre el independentismo y el españolismo. O se es vasco o se es español. Y participar en las elecciones significaba, sencilla y llanamente, situarse en el ámbito del españolismo y perpetrar un nuevo engaño en connivencia "con el Estado para vender Euskal Herria". En contraste con ello, la abstención activa y el boicot permitían avanzar "hacia un Marco Democrático que impida el nuevo ciclo de imposición y negación de Euskal Herria que el PSOE quiere iniciar junto al PNV y NaBai y que abra las puertas a la independencia".
Esta posición les parecía tan rigurosamente coherente con el ideario abertzale que se proponían utilizarla para "desgastar la posición política de PNV y NaBai" y, además, para "crear fisuras entre las bases de esos agentes y atraer a las personas que las componen a la abstención y a nuestro proyecto independentista". Por su parte, el boicot iba a significar "plantarse frente al Estado español fascista y mostrarle nuestra medida de ataque". El documento hace una recomendación específica para la contracampaña que había de ponerse en marcha contra los favorables a la participación: "haremos presión sobre sus responsables políticos", señalaba, y concluía: "haremos una interpelación constante a las bases de esos partidos, cara a crear fisuras y atraerlas a nuestros planteamientos".
Como se puede ver, el planteamiento abstencionista y favorable al boicot que la izquierda abertzale ha defendido durante más de una década en relación con las elecciones españolas, no pivotaba sobre motivos de oportunidad o meramente coyunturales, sino sobre la actitud básica e irrenunciable que un nacionalista vasco ha de mantener ante unas elecciones generales españolas. Y ante su posición actual, no puede dejar de preguntarse: ¿qué ha ocurrido con todos los pilares principalistas que tan enfáticamente se invocaron para fundamentar la abstención? ¿Qué fue de ellos? ¿Por qué es posible ahora estar simultáneamente allí (en Madrid) y aquí (en Euskadi), si durante más de una década era la mayor claudicación en la que podía incurrir un nacionalista vasco?
ENLACE RELACIONADO: http://josuerkoreka.com/2011/10/01/%c2%a1espanoles-a-votar-el-20-n/
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