Asistimos a una campaña de diario bombardeo informativo acerca de la visita que en breve cursará el Papa Benedicto XVI al Estado español con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Vaya por delante que no tengo nada en contra en que un líder religioso -de cualquier creencia- visite los lugares que quiera visitar y con los motivos que mejor le parezcan. Eso sí, siempre que a mí no me cueste ni un céntimo de euro.
Pero no deja de ser cierto que, también, tengo otros peros que me conducen a una serie de reflexiones que llevan a posicionarme en contra de tal visita. Razones, estas, de tipo económico, jurídico o ético.
La Jornada Mundial de la Juventud va a costar al erario público de un Estado (que constitucionalmente se reconoce aconfesional) entorno a los 50 millones de euros. La intoxicación informativa por parte de la Iglesia (usual por regla general) se empeña en exponer que esos mismos gastos serán costeados en un 70% por los participantes y en un 30% por empresas patrocinadoras. Continúan diciendo que, a cambio, el evento dejará 100 millones de euros en beneficios en el Estado, ingresando más de 25 millones de euros en concepto de impuestos indirectos.
Y no se quedan ahí, el mismo arzobispo de Toledo y primado de España, Braulio Rodríguez (uno de los más polémicos arietes de la recalcitrante y más rancia Iglesia española, tras Rouco Varela), además de defender este tipo de actos como un simple y mero negocio llega a decir que las críticas que está habiendo a la organización a este evento conducen a dar una imagen negativa de España al hacer un "completo ridículo mundial". De este modo, justifica el gasto público que genera este acto privado en que la mayoría de los españoles que pagan impuestos son católicos. Por si no fuera poco, aboga por llamarnos "paletos" a los ciudadanos que legítimamente hacemos esta crítica. Ante ello, solo quedaría reflexionar sobre quién es o deja de ser un paleto. Lógicamente, me inclino a pensar que tal paleto no es otro más que el citado purpurado.
Siguiendo con la crítica de base o motivación económica, no creo que un Estado con más de 5 millones de parados y a un ritmo de desahucios de viviendas (a inquilinos a los que prácticamente se les regalaban hipotecas) cifrado en unos 300 por día, se pueda permitir el lujo de gastar 50 millones de euros en un acto estrictamente privado. No soy yo quién para meterme en los asuntos de la Iglesia católica pero opino que su fin fundacional estaría más acorde con girar una visita por Somalia y el denominado Cuerno de África, donde una hambruna salvaje comienza a dar síntomas de grave alerta nutricional derivante en una más que posible e indeseada pandemia.
Con 50 millones de euros, así, hablando de simple dinero contante y sonante, se podría quitar el hambre durante un año a más de un millón y medio de personas... de esas gentes y sus niños famélicos a las que preferimos ni mirar cuando emiten -mientras comemos- esas estremecedoras imágenes en los informativos. Precisamente ahí estriba la hipocresía de El Vaticano. Justifican pues la visita privada del Papa en aspectos económicos positivos para nuestra economía. Y sigue siendo falso.
En un Estado aconfesional ¿por qué hay que disponer de equipamientos y espacios públicos para un acto privado de Evangelio o apostolado de una determinada opción religiosa? ¿Por qué se han de emitir bonos de transporte y se vende por parte de la Administración madrileña que ello genera beneficios de 5 millones de euros? Otra gran mentira. Sí es cierto que generan 5 millones de beneficios, pero el Gobierno autónomo de la popular Esperanza Aguirre o el gobierno municipal del, también popular, Alberto Ruiz Gallardón (por cierto, volcados en cuerpo y alma con tan solemne presencia) omiten que sin esos bonos de transporte la recaudación sería de 20 millones de euros. Así las cosas, donan a esas buenas gentes que se moverán por Madrid otros 15 millones de euros. ¡Casi nada! ¿Por qué hay que movilizar a 10.000 agentes policiales ? y, ¿cuál es el coste real que supone semejante y desmesurada movilización en concepto de desplazamientos, estancias, dietas y pluses?
Por ello, y ya en el plano de la legalidad, he dejado sentado que, constitucionalmente, es España un Estado aconfesional. Cabe decir que la visita del Papa no se cursa como viaje oficial ni visita de Estado. Es pues una visita privada, con carácter privado y con unos fines únicamente privados. Legítimos si se quiere, pero inequívocamente privados en los que el Estado no debería aportar ni un solo euro... y menos con la que tiene encima.
Y siguiendo con los legítimos derechos (también recogidos en la Constitución) nos encontramos con las manifestaciones y actos convocados en contra (ya no de la visita del Papa propiamente dicha) sino en contra del coste de semejante boato, cutre, hortera y desfasado. Nadie puede poner en duda presuntos fines violentos de más de 150 organizaciones y plataformas cívicas convocantes. ¿Acaso alguien puede presuponer intenciones distintas a la crítica o a la protesta cívica y pacífica en -por citar una- la Asociación de Teólogos Juan XXIII? Pues bien, esa simultaneidad en los actos hace que primen los derechos de unos organizadores privados sobre los de otros ciudadanos. A tenor de lo propuesto por la Subdelegación del Gobierno socialista en Madrid (tras las múltiples presiones del Gobierno de la Comunidad y Ayuntamiento de la capital), la balanza siempre se posiciona del mismo lado.
Así las cosas, los itinerarios propuestos a esas asociaciones y plataformas contrarias a esta visita privada, se ven modificados por vías secundarias, sin seguridad alguna y en rutas jamás vistas en manifestación alguna. La cuestión se centra en dos premisas: que jamás pase por la Puerta del Sol y que no pueda ser visto por tan ilustre visitante. Imagino que semejantes propuestas alternativas y, en su caso, ulteriores resoluciones administrativas, llegarán a la vía judicial y que, por ello, será un juzgado quien determine la ecuanimidad justa y debida. Joshep Ratzinger es un ciudadano de la Unión Europea en visita privada a un Estado de la Unión Europea, donde cada uno de sus ciudadanos dispone de los mismos derechos que el primero. Si el primero quiere rezar, que rece. Si el segundo quiere protestar tras una pancarta, que lo haga. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.
La última genialidad que se les ha ocurrido a los organizadores de este innecesario despliegue consiste en decir que el número previsto de asistentes hacen que este acto se convierta en un evento de "singular excepción". Perfecto. Una final de Copa de fútbol también lo es y a los hinchas de los equipos ni se les facilitan bonos de transporte ni recintos públicos como colegios y polideportivos para pernoctar, para ello, dejando sin servicios a los usuarios de esos recintos deportivos que -también, religiosamente- pagan su cuota para disfrutarlos y no para que se pueda acoger a unos acólitos peregrinos. Atentos a este precedente.
En definitiva, no seré el primero que plantee que la Iglesia pase a transformarse en una mercantil al uso, modificado su objeto social en una junta de accionistas, en cuyo caso podría cotizar en el mercado de valores (Bolsa). Así, serían exclusivamente sus accionistas quienes corriesen con unos gastos que, de ninguna manera, tienen que salir del las arcas del Estado. Y, si es algo tan rentable, pues los beneficios también serían para ellos y los podrían invertir en algo tan útil como unas obras de acondicionamiento en la residencia de verano del Pontífice (Castelgandolfo), por importe de 8 millones de euros. ¿Que no les llega? Que subasten las obras de arte y tesoros de El Vaticano o que vendan sus incontables propiedades inmobiliarias. Eso sí, al Banco Ambrosiano... ni tocar, que revienta el invento. Ni sé cómo el BCE le deja emitir euros.
Viendo esta situación netamente mercantilista de la Iglesia (al menos, la visita privada del heredero de Pedro la intentan vender así, con empresas esponsorizadoras incluidas a las que solo les faltaría serigrafiar sus logotipos en el papamóvil y en las santas vestimentas papales), uno podría seguir el discurso esgrimido desde los púlpitos y cuestionarse si todo esto es solidario, ético y moral. Yo creo que no. Es más, creo que el propio Jesucristo sacaría del templo a latigazos a la Curia vaticana cual vulgares mercaderes.
Lo dicho, una visita privada con fines privados que, en estos tiempos de recesión, solo puede ser calificada como insolidaria, amoral, no ética. Jurídicamente, no acorde al Ordenamiento Constitucional debido a su carácter aconfesional. Para el resto de los mortales: inoportuna e hipócrita. En definitiva... la enésima tomadura de pelo. Y... lo que es más grave: no será la última.
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3 comentarios:
Espaciofotografico dijo...
Ni que decir tiene que estoy al 100X100 de acuerdo con el articulo de Iñigo, y que a muchos se les tenia que caer la cara de vergüenza en un país al bode de la quiebra para millones de sus habitantes, gastarse ingentes fortunas en una visita mas bien poco deseada y si no que se lo pregunten a los millones de parados, que no llegaran con su suelo a final de mes. El cinismo del que hacen gala solo es comparable a su catadura politica.
14 de agosto de 2011 18:21
Esta concentracion de seguidores del papa la podrian hacer perfectamente en el vaticano y alojar a todos los peregrinos en los palacios y propiedades de ellos. Así no habria que invertir ni un solo euro ni cortar calles ni apoderarse de las instalaciones y parques de TODOS LOS CIUDADANOS de Madrid.
Otro lugar donde se podria montar esta farsa seria en Somalia y así todos estos peregrinos ayudarian a los miles de personas que estan muriendo y principalmente a los niños. ¿Que sentiran estos que se dicen seguidores de cristo cuando ven la hambre que pasan en muchos paises del mundo y ellos acudiendo a este encuentro con el papa?
Muy de acuerdo contigo Iñigo.
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