Aquella gran tragedia española se representa una y otra vez en nuestro imaginario colectivo, entre el dolor y la ignorancia. Ese es nuestro problema de hoy en relación a un pasado tan traumático, el que Franco no nos dejó ni siquiera plantear, y el que la democracia ni ha querido ni ha sabido afrontar. Nunca olvidaremos la guerra porque el dolor que causó fue inmenso.
El dolor, además de seguir en carne viva, hiriendo el recuerdo de los hijos y los nietos de las víctimas, se reproduce y reconstruye de forma recurrente por empatía o simpatía ideológica. Y si es imposible olvidarla, tampoco podremos superar la división que proyecta su recuerdo, porque se ha tardado demasiado en no abordarlo de forma integral e integradora, es decir, no tanto como una materia historiográfica (con sus retos metodológicos y sus enfoques plurales), sino como un problema de memorias enfrentadas (con sus retos políticos y socioculturales).
No pocos han dicho que desde el año 2000 corren buenos tiempos para la causa de la “memoria histórica”, porque por fin ha empezado a ser dinamizada por los nietos de las víctimas. Eso es solo mínimamente cierto, pues en gran medida se trata de un espejismo político y cultural. No son hechos aislados los aplausos de los diputados del PP y el PSOE a la maniobra evasiva de José Bono cuando en julio de 2011 se solicitó que el Congreso de los Diputados condenara el golpe militar del 18 de julio de 1936. Y tampoco se sienten bichos raros los alcaldes, los obispos y los clérigos o los jueces que hacen oídos sordos a los dictados de la Ley de Memoria Histórica. Están conectados con sentimientos sociales que no son en absoluto minoritarios, y lo saben.
Hay más gente que abraza la causa de la “memoria histórica”, es verdad. Pero son mayoría quienes piensan que esas cosas de “las fosas de Franco” no son más que una moda política fastidiosa y pasajera, en principio reactiva frente al Gobierno Aznar y el revisionismo de Pío Moa, y después acogida y promovida por los Gobiernos de Zapatero para crear divisiones que le sean rentables. Sacudámonos los ojos ante el espejismo de la eclosión del Movimiento por la Recuperación de la Memoria Histórica, con sus cientos de iniciativas e investigaciones serias y documentadas. Miremos por doquier y veremos un sinfín de agencias institucionales, culturales, mediáticas y académicas que se muestran total o parcialmente contrarias a la noción misma de “memoria histórica” (y no porque el concepto no merezca un buen rapapolvo analítico, que también).
Es verdad que para mucha gente no es este un problema central de la sociedad española del siglo XXI. Y nadie quiere que lo sea. Pero tampoco es de recibo aceptar acríticamente la genealogía de tanta hostilidad, recelo o displicencia. Hay muchas personas mayores que sobre la guerra no habían recibido nada más que una remembranza sesgada y manipulada por los vencedores. Y otra mucha gente ha vivido un período democrático en el que ni se ha enseñado en profundidad ni mucho menos críticamente. Dentro y fuera de la escuela, casi todas las generaciones vivas han socializado su conocimiento de la Guerra Civil en un marco cultural poderoso que se resiste a ser socialmente contrastado y desmitificado: el de la “guerra fratricida”, aireado por el propio franquismo desde los años 60, el que sigue primando el rechazo de su recuerdo so pretexto de no provocar fisuras innecesarias en la convivencia.
Por eso hay muchos que aún hoy no conocen el trasfondo histórico de la Guerra Civil. Y por eso mismo todavía no está mal visto el hecho de que no lo quieran conocer. No les resultaría cómodo conocerlo. Su ignorancia (envuelta de tópicos y lugares comunes que la historiografía especializada ha pulverizado) les ayuda a no asumir moralmente que su actitud pueda parecer injusta e incluso cruel a quienes aún no han podido cerrar con dignidad el duelo por los fusilamientos o las desapariciones de sus familiares.
Por eso hay muchos que aún hoy no conocen el trasfondo histórico de la Guerra Civil. Y por eso mismo todavía no está mal visto el hecho de que no lo quieran conocer. No les resultaría cómodo conocerlo. Su ignorancia (envuelta de tópicos y lugares comunes que la historiografía especializada ha pulverizado) les ayuda a no asumir moralmente que su actitud pueda parecer injusta e incluso cruel a quienes aún no han podido cerrar con dignidad el duelo por los fusilamientos o las desapariciones de sus familiares.
¿Cómo se va a respetar en este país el pesar político de quienes sienten en el alma la desaparición de una cultura de izquierda o libertaria o republicana, ahogada en sangre, enviada al exilio y obligada a languidecer mientras transcurrían los interminables 40 años de la dictadura?. La guerra no podrá ser nunca echada al olvido mientras siga tan presente y tan ignorada a la vez. Esa mezcla contradictoria nos condena y nos seguirá condenando.
También es verdad que no todo es ignorancia. Hay gente bien informada que no cree ni interesante ni edificante tratar nuestra guerra como un problema del presente, no solo como historia pasada, sino como experiencia colectiva y fuente de enseñanzas. No como algo muerto, sino como un hecho histórico todavía vivo. No como asunto propio y exclusivo de historiadores, sino como cuestión ciudadana que afecta, efectivamente, a la convivencia, porque sigue reflejándose en las posiciones ideológicas, porque seguirá creando una y mil polémicas y tensiones, y porque quedan reclamaciones pendientes. La jerarquía católica, el PP, Unió de Cataluña y otros partidos de centro y de derecha, con sus correlatos mediáticos y editoriales, seguirán negando el presente de aquel pasado. ¿Y acaso no es eso un “frente” de herederos ideológicos del bando sublevado contra la República?.
También es verdad que no todo es ignorancia. Hay gente bien informada que no cree ni interesante ni edificante tratar nuestra guerra como un problema del presente, no solo como historia pasada, sino como experiencia colectiva y fuente de enseñanzas. No como algo muerto, sino como un hecho histórico todavía vivo. No como asunto propio y exclusivo de historiadores, sino como cuestión ciudadana que afecta, efectivamente, a la convivencia, porque sigue reflejándose en las posiciones ideológicas, porque seguirá creando una y mil polémicas y tensiones, y porque quedan reclamaciones pendientes. La jerarquía católica, el PP, Unió de Cataluña y otros partidos de centro y de derecha, con sus correlatos mediáticos y editoriales, seguirán negando el presente de aquel pasado. ¿Y acaso no es eso un “frente” de herederos ideológicos del bando sublevado contra la República?.
En cualquier caso, eso no demuestra que la Guerra Civil sea cosa del pasado. Todo lo contrario. Forma parte del juego de representaciones que sigue produciendo nuestra gran tragedia histórica, y así, además de no poder olvidarla nunca, tampoco podremos superar su legado más traumático sus ecos políticos más frentistas.
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