Medio siglo largo de silencio espeso y por fin “Cárceles y campos de concentración en Bizkaia (1937-1940)”, un libro de Ascensión Badiola Ariztimuño. “La entrada de las tropas franquistas en Bilbao el 19 de junio de 1937 y la posterior rendición del ejército de Euzkadi en Santoña hizo que el País Vasco quedase convertido en una inmensa cárcel, en la que, además, los pelotones de ejecución funcionaron a destajo”.
El vacío historiográfico en torno al régimen carcelario y el de los campos de concentración en Bizkaia es obvio, fuera de los importantes trabajos del zaragozano Javier Rodrigo en “Cautivos. Campos de concentración en la España franquista, 1936-1947”. Una página poco conocida de nuestra historia reciente y, sin embargo, imprescindible, ya que antes de pasar una página conviene leerla.
Ascensión Badiola describe esta página espeluznante de la inmediata posguerra y lo hace, a juicio de su directora de tesis la catedrática Ángeles Egido León, con rigor, basándose fundamentalmente en fuentes militares que hasta hace unos años han estado vedadas a la investigación.
Traslada al lector a las cárceles de Larrinaga, a Escolapios, al Carmelo, al chalet de Orue, al barco Upo-Mendi, al convento de las Adoratrices… “A finales de 1937 las cárceles bilbainas llegan a tener cerca de 8000 prisioneros, juzgados tras auditoría de guerra”. “Las cifras de la represión impresionan por sí mismas, pero más aún cuando van acompañadas, como es el caso, de los nombres y apellidos de más de 9.000 represaliados por el franquismo, nombres y apellidos que evidencian que detrás de los números existieron personas concretas, de carne y hueso, como se pone de manifiesto a través de las cartas que dejaron algunos prisioneros antes de morir. La estadística de prisioneros fusilados o agarrotados en Bilbao desde junio de 1937 a finales de 1939 asciende a 563: 34 ejecutados a garrote y 529 fusilados.
Badiola analiza también los campos de concentración, entre los cuales los dos más importantes fueron dos centros de jesuitas: la famosa Universidad privada de Deusto, fundada en 1886 por la Compañía de Jesús, desde donde por estos años salieron hombres que nutrieron los batallones de trabajadores, la mano de obra esclava que el franquismo empleó en las minas, en las industrias de guerra o en obras tan singulares como el aeropuerto de Sondika o la construcción del ferrocarril de Gernika a Bermeo y el colegio de los jesuitas de Orduña. “Aparte de los 8000 prisioneros a finales del 37 había unos 3000 prisioneros sin juzgar en Deusto y unos 2500 en Orduña, dos de los campos de concentración de Bizkaia”.
Deusto albergó hasta 5000 prisioneros, de los que fallecieron dentro de sus muros 187 por hambre, enfermedad y abandono. ¿A qué se debe este silencio eterno, más tratándose de los locales de una Universidad con cátedra de Historia? ¿Por qué el catedrático titular de Historia Contemporánea de Deusto, el jesuita Fernando García de Cortázar, tan parlanchín y paridor de libros nunca habló de ello ni contó la tragedia de represión y campo de concentración de sus muros? ¿Por qué los dos campos de concentración más importantes del franquismo en Bizkaia se albergaron precisamente en dos centros jesuíticos? ¿Por qué fueron tan numerosos en el estado español los colegios de frailes y monjas y tantos los seminarios convertidos en cárceles y antros de tortura y maltrato humano en época franquista?
El vacío historiográfico en torno al régimen carcelario y el de los campos de concentración en Bizkaia es obvio, fuera de los importantes trabajos del zaragozano Javier Rodrigo en “Cautivos. Campos de concentración en la España franquista, 1936-1947”. Una página poco conocida de nuestra historia reciente y, sin embargo, imprescindible, ya que antes de pasar una página conviene leerla.
Ascensión Badiola describe esta página espeluznante de la inmediata posguerra y lo hace, a juicio de su directora de tesis la catedrática Ángeles Egido León, con rigor, basándose fundamentalmente en fuentes militares que hasta hace unos años han estado vedadas a la investigación.
Traslada al lector a las cárceles de Larrinaga, a Escolapios, al Carmelo, al chalet de Orue, al barco Upo-Mendi, al convento de las Adoratrices… “A finales de 1937 las cárceles bilbainas llegan a tener cerca de 8000 prisioneros, juzgados tras auditoría de guerra”. “Las cifras de la represión impresionan por sí mismas, pero más aún cuando van acompañadas, como es el caso, de los nombres y apellidos de más de 9.000 represaliados por el franquismo, nombres y apellidos que evidencian que detrás de los números existieron personas concretas, de carne y hueso, como se pone de manifiesto a través de las cartas que dejaron algunos prisioneros antes de morir. La estadística de prisioneros fusilados o agarrotados en Bilbao desde junio de 1937 a finales de 1939 asciende a 563: 34 ejecutados a garrote y 529 fusilados.
Badiola analiza también los campos de concentración, entre los cuales los dos más importantes fueron dos centros de jesuitas: la famosa Universidad privada de Deusto, fundada en 1886 por la Compañía de Jesús, desde donde por estos años salieron hombres que nutrieron los batallones de trabajadores, la mano de obra esclava que el franquismo empleó en las minas, en las industrias de guerra o en obras tan singulares como el aeropuerto de Sondika o la construcción del ferrocarril de Gernika a Bermeo y el colegio de los jesuitas de Orduña. “Aparte de los 8000 prisioneros a finales del 37 había unos 3000 prisioneros sin juzgar en Deusto y unos 2500 en Orduña, dos de los campos de concentración de Bizkaia”.
Deusto albergó hasta 5000 prisioneros, de los que fallecieron dentro de sus muros 187 por hambre, enfermedad y abandono. ¿A qué se debe este silencio eterno, más tratándose de los locales de una Universidad con cátedra de Historia? ¿Por qué el catedrático titular de Historia Contemporánea de Deusto, el jesuita Fernando García de Cortázar, tan parlanchín y paridor de libros nunca habló de ello ni contó la tragedia de represión y campo de concentración de sus muros? ¿Por qué los dos campos de concentración más importantes del franquismo en Bizkaia se albergaron precisamente en dos centros jesuíticos? ¿Por qué fueron tan numerosos en el estado español los colegios de frailes y monjas y tantos los seminarios convertidos en cárceles y antros de tortura y maltrato humano en época franquista?
Recordemos el seminario de Saturrarán convertido en cárcel de exterminio entre 1938-1944, historia narrada hace poco en la película Izarren argía y contada en el libro “No lloréis, lo que tenéis que hacer es no olvidarnos” de María González Gorosarri?
De nuevo se hace patente en la Universidad de Deusto un hecho incuestionable en la historia actual, en palabras del profesor Julián Casanova en su libro La Iglesia de Franco: “La Iglesia, la jerarquía, el clero… proporcionaron a Franco la máscara de la religión como refugio de su tiranía y crueldad…, hicieron más por legitimarlo, afianzarlo, protegerlo y silenciar sus numerosos atropellos de los derechos humanos que por combatirlo… Sacerdotes y religiosos, sobre todo jesuitas y dominicos, se linearon sin ningún rubor con los aires autoritarios y fascistas que soplaban entonces en muchas partes de Europa”.
Los jesuitas Constantino Bayle, Antonio Encinas, su mismo superior general Jesús W. Ledóchowski, el profesor de la Gregoriana Joaquín Salaverri o el especialmente siniestro jesuita José Antonio Pérez del Pulgar dan testimonio, entre otros muchos, de esta colaboración.
Pero el problema, con ser ya grave e inhumano, no es que sólo lo fueran ayer, es que también lo siguen siendo hoy. El 1 de julio de 2007 Ahaztuak señaló a la Universidad de Deusto como “Lugar de Memoria” colocando una placa en su entrada y denunciando, al mismo tiempo, cómo los edificios de esta Universidad sirvieron entre los años 1937 y 1940 de centro de reclusión y clasificación de miles de prisioneros políticos y de guerra.
La placa duró un día. Fue la respuesta de los jesuitas de hoy a su represión de ayer.
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