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miércoles, 8 de junio de 2011

MONARQUÍA DE SITCOM (Por: Miguel Sánchez-Romero, Director de El Intermedio).

Sé que insistir a estas alturas en el anacronismo que supone la monarquía puede resultar cansino por lo obvio. Señalar el absurdo de que, a estas alturas de los siglos, la más alta dignidad del estado se transmita como una posesión más entre miembros de una misma familia es tan poco razonable como instituir que, tras el pase de Iker Casillas por el Real Madrid, el puesto de guardameta fuese heredado dinásticamente por sus descendientes.

De la antigualla en que ha devenido la monarquía, por muy moderna que quieran presentárnosla, es ejemplo también la que se montó en Italia porque durante el acto de celebración del 65 aniversario de la República italiana Berlusconi, saltándose el protocolo, tocase el brazo al Rey. Muchos medios nacionales se hicieron eco de lo sucedido mientras la prensa italiana cargaba contra el primer ministro: “Como es sabido -decía el diario La República- al Rey y a la Reina no se les puede tocar, ni se les puede estrechar la mano a menos que ellos hagan el primer movimiento”. Imagino que entre ellos sí podrán hacerlo si no no se entiende que sean tan prolíficos.

Berlusconi, no obstante -¡oh, ofensa imperdonable!- lo hizo. Es posible que la extensa lista de irregularidades y presuntos delitos cometidos por el primer ministro Italiano queden el olvido, e incluso sus aventuras con menores sean ignoradas por la posteridad para dejar paso en su biografía a esta última falta: tocar el brazo a un rey.

Aparte de la obsolescencia de la institución monárquica cabe también reflexionar si quienes la representan en España hacen bien el trabajo encomendado. No lo parece si atendemos a la bronca del rey a los periodistas por los comentarios o rumores mal intencionados que algunos colegas habían hecho acerca de su salud. Una salida de tono impropia de alguien a quien pagamos para que, entre otras cosas, nunca se salga de él. Hay quien inscribirá el enfado del monarca entre una más de las ocurrencias que adornan la que, según quienes le tratan, es su mayor virtud: la campechanía. No sé yo, pero si lo que demandáramos de un rey es que fuera campechano quién mejor para el cargo que Antonio Resines.

Otro asunto real que ha visto la luz esta semana en forma de vídeo colgado en Youtube (no lo busquen ahí, el autor lo ha retirado pero aún puede verse en otras webs) es el debate a pie de calle que el príncipe mantuvo con una ciudadana que al grito de “¡Viva la república!” saludaba a Felipe de Borbón a la salida de un acto oficial en Pamplona. El heredero se acercó al grupo en el que se encontraba la mujer y debatió durante algunos minutos con ella acerca de la conveniencia y posibilidad de convocar un referéndum sobre monarquía o república.

El príncipe estuvo elegante en el gesto y en el tono hasta el punto de que, en un país donde a decir de todos hay más “juancarlistas” que monárquicos aconsejaría a los primeros revisar sus posiciones no sea que el hijo resulte mejor que el padre. En mi caso, si tuviera que elegir, esto es, si alguien me amenazara con matar un gatito si no abrazo la causa monárquica, preferiría al hijo. Eso sí, el gatito tendría que ser precioso.

El que no estuvo nada bien durante el improvisado debate fue Miguel Sanz, presidente de Navarra por UPN que presenciaba en segundo plano la escena. De brazos cruzados, con aparente gesto de fastidio por la osadía de la ciudadana, más ofendido que el propio príncipe, interrumpió una argumentación de Felipe para aportar al debate el argumento definitivo: “La I y la II República terminaron como el rosario de la aurora”. Aparte del grave error de protocolo que es interrumpir al príncipe -que en su fervor monárquico Miguel Sanz debería conocer- se olvidó el presidente de Navarra de cómo transcurrieron los años finales de la monarquía de Alfonso XIII, bisabuelo de su defendido, su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera o su posterior apoyo al franquismo desde el exilio hasta que descubrió que Franco no tenía intención alguna de devolverle al trono. Desconoce Miguel Sanz que, al igual que según algunos el nacionalismo se cura viajando, la afección monárquica mejora notablemente leyendo libros de historia.

Una cosa más. En aras de mantener el rigor en lo narrado y hacer justicia a Juan Carlos I, diré que el Rey, tras la bronca a los periodistas y al saberse grabado durante la misma, se acercó al final del acto a los periodistas y les explicó que no se refería a ellos sino a otros que no estaban presentes para acabar la aclaración con una campechana risotada. Si no han visto la escena, intenten hacerlo. Concluirán como yo que hay buenas noticias para los republicanos: el Rey se parece cada vez más a su parodia de Telecinco.

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