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¿Dónde estaba la Guardia Azkuniana para salvaguardar la paz y el sosiego de nosotros, gente de bien, que intentábamos disfrutar de un merecido día de descanso con un buen Martini "preparao" en el Urdiña? En fin, luego hay gente que se lo cree, le coge "el gusanillo" y acaba haciendo el gilipollas como el tal "Manolo el del Bombo", que, seguro, se creerá gracioso cuando, en realidad, que no te toque al lado en un partido... es como para meterle el bombo por ahí pero en plan "masoka": a los ancho. Quede claro que lo de "masoka" lo digo yo porque creo que, el tal Manolo, debe pensar que el "resto" lo somos.
En fín... volviendo al escritor, os dejo con "jamón del bueno" al genuíno "estilo Bas":
Baltasar Gracián dividió a la muchedumbre de tontos en dos grandes clases, los que lo parecen y los que no lo parecen. Los que lo parecen es porque hacen alarde ostensible y orgulloso de su condición; los que no lo parecen están solapados, son discretos y se tarda un poco en descubrirlos -unas 500 palabras suelen bastar-. Los ostensibles son los más molestos -peligrosos como el sudor de la dinamita lo son todos- a efectos de producir ruido, contaminación visual y misantropía.
Pero los solapados quizá son peores porque suelen ser pretenciosos, pesados y vampiros chupadores de almas.
Los orgullosos de ser tontos y mostrarlo en cuanto tienen ocasión son animales gregarios y endogámicos: disfrutan con su mutua compañía. Y al igual que sucede con los linchadores, en grupo numeroso incrementan su eficacia, hacen más y mejor el tonto, y lo que es peor, toman la calle.
Pensaba en todo esto mientras observaba una manifestación de tontos ostensibles de gran intensidad y pureza. Un uso social de estupidez colectiva que se practica desde hace unos años sin que tenga idea de cuál pueda ser su génesis y procedencia. Al parecer es creación hispánica. Me refiero a las despedidas de solteros por la calle, con el futuro novio o novia disfrazados de un modo hiriente, ofensivo para la dignidad humana, y los amigos y amigas uniformados también por lo general de manera lamentable. A ellas suele gustarles ponerse pollas de goma en las cabezas a modo de diademas.
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El grupo de amigotes iba uniformado con camisetas con el careto del novio, silbatos y ¡un megáfono! Si a un tonto medieval darle un tambor era hacerle feliz, para un tonto del siglo XXI un megáfono es el éxtasis. Allí los dejé, en plena catarsis de idiotizamiento colectivo. Coreaban aturdidos los lemas soeces que soltaba el más tonto, el del megáfono, o simplemente berreaban y pitaban por el júbilo de la colisión entre ser tonto y estar borracho.
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