Por “mierda ambulante” podemos entender esa especie de mesa de camping dotada de un brasero de carbón, una bandeja de limones, otra de carne en diferentes formas y una farolillo de luz de acampada o de angulero. Como se quiera llamar. Todo aquél o aquélla persona que pasee por el recinto festivo de Bilbao sabrá perfectamente a qué me estoy refiriendo.
Por lo que se observa, además de ser una asignatura pendiente, llego a la conclusión de que es una práctica proliferante ya que, por muchas inspecciones que se lleven a cabo, podemos concluir que las sanciones administrativas quedarán en aguas de borrajas al no poder determinar la identidad de esos supuestos vendedores ilegales de comida. Y, puedo imaginar que no pasa absolutamente nada al poder constatar lo siguiente: Hace justo un poco más de un año, pude leer en Deia el siguiente dato referido inspecciones municipales tras la Aste Nagusia’2013: “Se han realizado 74 inspecciones en txosnas, 21 en el Parque Etxebarria, 19 en hostelería y 9 en ‘otros’. Se ha abierto un Expediente sancionador a un local y se ha cerrado otro de forma cautelar”.
Hasta ahí el balance efectuado por el Consistorio. Pues bien, según mis datos existían 32 “puestos” de pinchos morunos y de “fritanga varia” en el recinto festivo (El Arenal, Abandoibarra, Pío Baroja, Parque de Etxebarria, etc…). Se podía observar como esa mercancía era manipulada sin ningún tipo de higiene sanitaria, sin Licencia de venta de alimentación ambulante, por personas sin un simple carné de manipulador de alimentos, sin guantes, con la simple protección (en el mejor de los casos) de un papel de aluminio y con la “conservación” de esa mercancía en una nevera de playa que acaba, día tras día (y así durante nueve días y nueve noches) en el maletero de una furgoneta. Entonces me llegué a preguntar (y así se lo hice saber a las autoridades competentes en la materia) si en aquéllos “9 a otros” que hacía referencia el Balance citado se incluye alguno de éstos 32 “cocineros portátiles”. Voy a imaginar que no, ya que, todo esto se ha incrementado de forma exponencial. Así, además de los famosos pinchos morunos y las carretas de viandas a la plancha, nos encontramos con comida sudamericana y africana.
Comprendo, y más en estos tiempos, que la gente tiene derecho a ganarse la vida como puede. Ver a unas mujeres ecuatorianas vendiendo sandwich me da mucha más confianza que ver los citados infiernillos ambulantes. Supongo que es gente que elaborará esa comida en sus casas, con todo su cariño y supuestas garantías. Sólo con suponer que tienen un fregadero en sus cocinas donde limpiarse las manos me puede tranquilizar. Y, ello, lo digo porque los venden perfectamente envueltos y la pinta no es aparentemente mala. Todo por ganarse tres duros. En mi opinión, es ese un “mal menor”.
Ver a la Policía Municipal sancionando en la Plazuela de San Nicolás por vender pañuelos, muñequitas de Marijaia y abanicos -sin licencia- a una mujer (una parada bilbaina de 55 tacos que se quedó sin curro cuando cerraron un histórico comercio del Casco Viejo)… Ver esa eficacia y contundencia anteriormente descrita (de la que no discuto su legalidad) y, al tiempo, ver a los “Iker” haciendo la vista gorda en esos improvisados puestos de mierda ambulante es una cosa que no llego a concebir. Y ya no hablo de licencias o no licencias. Me refiero a una cuestión que atenta directamente contra la salud pública.
Gracias a Dios, no pasa nada porque no tendrá que pasar pero, de la misma, nos encontramos con 80 personas en Basurto por intoxicación alimentaria. Y, ¿entonces? ¿el “ay, ay, ay”? Vale más prevenir que llorar. En menos de una hora se puede intervenir para requisar esa mierda ambulante en previsión de males mayores. Quién quiera ejercer una actividad, que lo haga con los requisitos higiénico-sanitarios que se exigen, durante el resto del año, a los hosteleros establecidos. Ya sólo faltaba que, en un manifiesto agravio comparativo, tenga que haber quién cumple con los requisitos y paga sus impuestos (todo ello garantía para nuestra salud) y quién viene a ponerse donde quiere, vende lo que quiere y, si pasa algo… ¡vaya Vd. a buscarle!
Lo dicho. Una asignatura pendiente que, seguro, tiene solución porque contamos con buenos gestores municipales. Y, si hacen falta más medios… se ponen ya que hacer frente a los mismos sería infinitamente menor a hacer frente a una indemnización por intoxicación masiva. La lógica es clara: Ese ambulante no tiene Licencia. Al no tenerla no garantiza la salubridad de los alimentos que vende. Al no estar identificado, nadie puede reclamar nada a un identificado. Conclusión: Responsabilidad Civil y Patrimonial de la Administración la paga ésta última. O sea, Vd. y yo con nuestros impuestos. Es fácil jugar con “la pólvora del rey”.
De verdad, ¿No es algo evitable?
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