Querido Juan Carlos:
Leo en la prensa que todos los partidos políticos están preocupados por el deterioro de las instituciones. No les hagas mucho caso. La mayoría de las instituciones funcionan bien. Las únicas que están fallado últimamente son precisamente las que dirigen ellos, los preocupados.
Y la tuya, claro, por eso te escribo. Por lo demás, las cosas funcionan razonablemente bien, incluso muy bien. La sociedad civil ha despertado tras varias décadas de letargo y participa de manera activa, con manifestaciones y protestas, en la vida política. Por su parte, los jueces van cumpliendo con su obligación, siempre que los dejan, y aplican la ley a todos por igual. Qué te voy a contar a ti.
Pero vayamos a lo que nos interesa, que es el vertiginoso declive que está sufriendo la Monarquía en general y tu persona en particular. Estarás de acuerdo conmigo en que hemos llegado a esta situación no por el odio del pueblo español a los Borbones, ni por la acción de ningún partido republicano, sino por tus errores, por tu modo de vida y por el comportamiento poco ejemplar de algunos miembros de tu familia. Al menos, de tu familia política.
Si la institución que representas no estuviera ligada a la reproducción, la cosa se solucionaba con tu dimisión y con la elección de otro jefe del Estado. Pero no es así. Tú sólo puedes dejar el puesto si te mueres, Dios no lo quiera, o si abdicas en tu hijo Felipe. Vamos a ser prácticos: no voy a discutir en esta columna la anomalía que supone en pleno siglo XXI que el relevo en la Jefatura del Estado sea cosa de los espermatozoides. La situación es la que es.
Has hecho mal tu trabajo (ese apoyo al fiscal del caso Noos ha sido, perdona que te diga, otra metedura de pata), has perdido todo el apoyo popular que tenías y lo único que puedes hacer ahora, antes de que el descrédito alcance también al heredero, es jubilarte como tantos y tantos españoles que llegan a tu edad. Llámalo abdicación, llámalo regencia, llámalo como quieras; pero tienes que dejarlo, Juan Carlos, no tienes alternativa. Es el momento de demostrar que esa vocación de servicio que invocas en tus discursos es sincera.
Tu hijo Felipe tiene alguna posibilidad de reparar los daños, pero tendrá que tomar medidas dolorosas para la familia. Yo te digo unas cuantas, y tú ya ves si se las pasas a él.
La primera es renunciar al tuteo, al tuteo que tú practicas con todo el mundo, lo conozcas o no. O permitir que todos podamos tutearlo. Parece una tontería, pero no lo es. Las palabras modelan el pensamiento y el pensamiento determina las estructuras políticas. Si la Monarquía sobrevive en España es porque consigue equipararse —salvo por el rollo de los espermatozoides— a una Presidencia de República, en la que el presidente está sujeto, como cualquier ciudadano, al imperio de la ley. Ni el rey ni su hijo están por encima de nada ni de nadie. Por eso sería bueno renunciar al tuteo. Pero eso sería sólo un símbolo: mucho más importante sería abolir ese artículo de la Constitución que os hace irresponsables.
Nada de Casa Real. Esta sería otra renuncia. El rey deber ser un funcionario, el primer funcionario de la Administración. Y punto. Nada de que su mujer y sus hijos reciban dinero público. A ver si así empezamos a eliminar de la Administración la patética figura del cónyuge. El rector de mi universidad nunca va a los actos públicos acompañado de su señora. No veo por qué ha de ser distinto en el caso de los reyes o de los presidentes del Gobierno.
Los gastos céntimo a céntimo, los regalos, la agenda diaria, las visitas que recibe el rey, las que hace él, todo eso tiene que ser público. Cualquier sombra se volverá en contra de la institución. Tu hijo Felipe es el primer interesado en someterse plenamente a Ley de Trasparencia, lo que no es decir mucho, por cierto.
Y debe renunciar a la enseñanza y a la sanidad privadas. Ya sé que es un poco cutre tener que operarte de la hernia por la Seguridad Social, pero la otra posibilidad, tu costumbre de visitarte en clínicas privadas y de mandar a los hijos a colegios de élite transmite un mensaje devastador: que los servicios del Estado son una mierda, que están muy bien para los pobres, pero que en absoluto satisfacen las necesidades de la gente decente.
Estas medidas no salvan la Monarquía ni la hacen más justa, pero evitarán que tu hijo provoque rechazo desde el minuto cero de su reinado.
Y nada más. Espero que te recuperes pronto de tu operación, y que tengas la lucidez suficiente para tomar las decisiones más beneficiosas para todos, aunque te perjudiquen un poco a ti.
Un abrazo, Antonio Orejudo.
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