Toda la memoria de los últimos siglos de Catalunya es una memoria de lucha por "salvar las palabras"
Cualquier reflexión sobre cómo habrían sido las cosas desde 1714 si la actitud de Castilla hacia Catalunya hubiera sido otra es pura ucronía. La historia se ha escrito con renglones torcidos desde el inicio y no tiene sentido perder el tiempo. Pero, como la escriben los vencedores, la reinventan hasta el punto de mostrar a las víctimas como los verdugos de esta tempestuosa relación. Sin embargo, y por mucho que vendan que el catalán es una especie de lengua opresora que cabalga por la meseta imponiendo su maléfica gramática, los hechos son inapelables: hace trescientos años que España, la España construida desde Castilla, intenta destruir la identidad catalana, destruyendo su identidad lingüística. Y hace trescientos años que este extraño país resiste.
Desde el primer día del primer Borbón, cuando el decreto de Nueva Planta impuso un idioma extraño, que nadie conocía y que hizo estragos allí donde pudo, no hemos parado: decretos, leyes, dictaduras, persecuciones... Toda la memoria de los últimos siglos de Catalunya es una memoria de lucha por "salvar las palabras", en triste expresión de Espriu. Y como es una obviedad que los catalanes no hemos hecho el proceso a la inversa -no se conocen decretos para imponer el catalán en Castilla-, habrá que resolver que desde que estamos juntos, no hacemos otra cosa que defendernos. En este sentido, la decisión del Supremo no es otra cosa que el último peldaño de un largo proceso de sustitución lingüística. Podemos decirlo con expresiones más digeribles para los delicados estómagos de los micrófonos de Madrid, pero estamos cansados.
Y si nuestro hilo rojo desde hace mil años es un idioma con el que explicamos el mundo y nos explicamos, el hilo rojo de España, desde hace trescientos es intentar destruir esta memoria histórica de Catalunya. El día que dejemos de decir "bon dia" habrán vencido.
La cuestión es por qué. Al fin y al cabo España se habría podido configurar como Suiza, con un Estado que respetara y se enriqueciera con las diversas identidades que la configuran. Al contrario, este Estado lleva en su ADN una concepción imperial y no democrática de la diversidad, a la que combate con ferocidad, tal vez porque ha sido comandado con mentalidad de contrarreforma. Trescientos años de historia dan para miles de leyes que regulan al castellano en Catalunya, represiones durísimas que lo han echado de la vida pública y cuando los tiempos han sido tranquilos, entonces venden los sutiles mecanismos que el Estado tiene para imponerse, tribunales incluidos. Hace, pues, trescientos años que España trata a los catalanes como extranjeros. Y encima, si no giramos el idioma, somos nosotros los culpables de lesa maldad contra la gloriosa patria española.
Lo cual me recuerda aquella famosa frase de Golda Meir: "Entiendo que quieran hacernos desaparecer pero que no nos pidan que colaboremos".
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