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miércoles, 19 de octubre de 2011

ALGUIEN CREÓ LA UNIVERSIDAD VASCA (Por Bingen Amézaga Iribarren en Diario DEIA).

Están ya un poco lejanos aquellos días en que dos jóvenes vascos, a raíz de haberse lanzado a las calles de Gernika con un cartelón en que se leía "Queremos la Universidad Vasca", fueron detenidos e inmediatamente conducidos, esposados, y a pie, entre parejas de la guardia civil, desde la villa donde se estaba celebrando uno de aquellos memorables Congresos de Estudios Vascos, hasta Amorebieta.

La clásica incomprensión daba una vez más brutal respuesta a una demanda que sólo simpatía o, en el peor de los ca­sos, comprensión podía despertar en cualquier país civilizado.

Leizola era entonces un joven abo­gado que había adelantado brillantes pruebas de su valía en varias oposi­ciones, en las que invariablemente hubo de obtener los primeros puestos, ya en la Diputación de Gipuzkoa, ya en el Ayuntamiento bilbaino, ya en las primeras oposiciones celebradas en Madrid para la constitución del Cuer­po de Secretarios de Administración Local, donde obtuvo el número uno de la promoción de la primera catego­ría.


Y, continuando con su brillante carrera, tras haber sido elegido dipu­tado a las Cortes Constituyentes por el PNV en 1931 y reelegido más tarde en la de 1933, llegó el momento en que, desempeñando la cartera de Justi­cia y Cultura del Gobierno de Euzkadi, constituido en 1936 bajo la presi­dencia de José Antonio de Agirre en Gernika, se halló en condiciones de cumplir lo pedido en el famoso cartelón, es decir, la de crear en pleno fra­gor de la guerra, la Universidad Vasca.

En nada disminuye los méritos de esta creación la fugacidad que las circunstancias impusieron a la obra. Ella, lo mismo que tantas otras realizadas en aquellos azarosos días -la puesta en marcha de docenas de escuelas pu­ramente euskéricas, la edición de los textos a ellas adecuadas, la guardia y conservación de nuestros tesoros artís­ticos, tantas otras cosas que en el pla­no meramente cultural entonces se hicieron y que apenas si, desgraciadamente, alcanzaron a dar fruto por el rumbo que las circunstancias bélicas tomaron, que gracias a la gestión del Consejero que hizo todo cuanto huma­namente entonces podía hacerse y eso es lo que cuenta.

En ese departamento del Gobierno Vasco, a lo largo de toda la guerra, en Euzkadi y en el exilio, se tuvo ocasión de conocer de cerca al hombre Leizaola, a quien hasta en­tonces sólo había ahondado en la faceta intelectual. Se sabía del hom­bre que especializado en temas econó­micos y sociales, era, al mismo tiempo, un estupendo conocedor de la li­teratura euskérica y un incansable es­cudriñador de los rincones de nuestra historia.


Se Conocía su profunda pre­ocupación por la revalorización de nuestra cultura y la exaltación de to­dos los aspectos universales de nues­tra vida pasada y presente; su pasión por la jerarquización de nuestro idioma hasta elevarlo como instrumento de cultura: se sabía y entonces se supo mejor del hombre cuya prodigio­sa memoria le permitía, en cualquier oportunidad, describirnos bien toda la regia estampa de doña Toda de Nava­rra con todos los avalares y episodios de su larga existencia, o la del gran conductor guipuzcoano Domenjón de Andia. Se conocía y se tuvo ocasión de conocer mejor esta faceta tan típica de su personalidad que, por lo de­más, a través de sus libros fácilmente se descubre, pero tuvieron que apren­der también otras lecciones aun más altas, puesto que con los hechos y no con las palabras fueron dadas; se co­noció al hombre de la responsabili­dad, el que nunca supo rehuirla en tantos difíciles momentos como la ges­tión de la cartera de Justicia hubo de procurarle en los tremendos días del Bilbao bloqueado, donde, pese a todo había que atender, porque así lo re­clamaba el buen nombre de lo vasco, a la humanización de la guerra; donde, cuando agotada la capacidad de resis­tencia, hubo de ordenarse la evacua­ción, quedó al frente de los que asu­mieron tan sacrificado servicio, senci­llo e impasible como siempre, el Consejero Leizaola.

Y se conoció ese su profundo sentido de la responsabili­dad en el destierro, ya como encarga­do que fue de preparar la emigración a América de los exilados vascos, ya en atención de los niños de las colonias, ya en su decisión de quedarse en Francia, corriendo con todos los ries­gos de la ocupación alemana.

En los años posteriores, siempre fue el compañero inseparable del Lehendakari Agirre y trabajó en constante toma de pulso de las corrientes de pensa­miento y acción dentro de Euzkadi, de una parte, y de los problemas euro­peos, de la otra.

Pero hoy toca recordarle como creado de la Universidad Vasca en plena guerra, como el hombre que pasó de reivindicar aquella carencia ante Alfonso XIII a crearla en cuanto tuvo la mínima oportunidad, hará este mes 75 años. Toda una fecha redonda.

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