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martes, 10 de agosto de 2010

DE COMO EL REY SE HIZO CON EL PALACIO DE MARIVENT.

“La esfera de los Libros” acaba de publicar un interesante libro de Marcos Torío “VERANOS EN MALLORCA” donde se habla del estío mallorquines de los Borbones y de la llamada jet-set.

En mi libro, "UNA MONARQUÍA PROTEGIDA POR LA CENSURA", di cuenta de cómo se hizo el rey con el Pa­lacio de Marivent. En este libro se amplía la información que es jugosa e interesante y dice así:

Un museo para la Familia Real. Marivent terminó con el nomadismo estival de la Familia Real, las estancias en los hoteles de la isla y las visitas a las residen­cias de la familia de doña Sofía en Londres y a la de los Condes de Barcelona en Estoril. El entonces jefe de la Casa del Príncipe, el mallorquín marqués de Mondéjar, convenció a la Diputación para que les cedieran la masía de la bahía.

El aristócrata georgiano Zourab Tchokotua, amigo del Rey desde que coincidieran en el internado de Friburgo, remató la operación recurriendo a las in­fluencias de su suegro Pedro Salas, ex presidente de la Diputación, adinerado empresario y prohombre del franquismo. Llegó el acuerdo y con él, los problemas. La viuda del artista griego Juan de Saridakis, Anunciación Marconi, había cedido Marivent a la Dipu­tación ocho años atrás con la condición de que lo abriera al público como museo para exhibir mil trescientas obras de arte de di­versas épocas, una biblioteca de dos mil volúmenes y un centenar de muebles de distintos estilos.

El obsequio a la Familia Real se impondría al altruismo del arte y el pensamiento. No había forma de compaginar la seguridad con las visitas. ¿Ciudadanos contem­plando arte o pendientes del despacho del príncipe Juan Carlos?. Las instituciones preferían el orgullo monárquico al coleccionismo de un artista.

En 1978, Juan Carlos Hermann, hijo de Anunciación Marco­ni y heredero de Saridakis, renunció a la propiedad del palacio mientras lo utilizara el Jefe de Estado, pero dos años después recla­mó la titularidad de los bienes. Era un hecho irrefutable que no formaban parte de un centro capaz de ofrecer “servicios cultura­les y de enseñanza y adiestramiento artístico complementario” como estipulaba el acuerdo original. El conflicto llegó al Tribunal Supremo, que lo resolvió en 1988 a favor del heredero. Un de­sahucio sonrojante lanzó la colección de arte, los libros, el mobiliario y el ajuar fuera de los muros de su casa. La Familia Real sólo tuvo que recurrir a los fondos de Patrimonio Nacional para redecorar el hueco del último deseo de Saridakis, del que hoy sólo queda el nombre de la calle que sube desde la isleta del policía de la sombrilla hasta Los Pullman.

La entrega del palacio. La Familia Real se encontró con un palacete levantado en 1925 por Saridakis en los límites de treinta y tres mil metros cua­drados de terreno. La morada del artista se transformaría en una vivienda de familia numerosa. Con la venia y los fondos de la Diputación, empiezan las reformas. En unos meses, los albañiles convierten los porches en seis habitaciones y cuatro baños para los Infantes, mientras que la segunda y tercera planta se acondicionan para los Reyes e invitados.

Don Juan Carlos anda enfrascado en las consultas de Carrero Blanco para formar gobierno, mientras que doña Sofía supervisa los avances: elige muebles blancos, pintura clara y colchas a juego con las cortinas. La planta noble conserva el carácter mallorquín; las piezas del museo decoran los despachos de don Juan Carlos, el comedor y la sala de estar, que, presidida por un retrato del matrimonio Saridakis, tributa a los benefacto­res. Lejos queda todavía el barullo de tribunales.

En la terraza se despliega un nuevo toldo, se estrenan mesa, sillones, embaldosado y una piscina con dos escalinatas directas al mar. Doña Sofía huye de lo ostentoso en el mobiliario y es el propio personal de la Diputación quien le sugiere que las sillas plegables de plástico no son apropiadas. “Me han dicho que el agua en Mallorca tiene mu­cha cal y deja marcas. Son prácticas, usando la manguera quedarán limpias”, se resiste la consorte. Cuando le proponen comprar un conjunto de mimbre, pregunta presta: “¿Son caras?”. Los arquitec­tos de la institución le explican que vienen de una central mimbrera en la isla que importa de Asia a un precio muy económico. Acepta rumiando si limpiarlas resultará laborioso.

Los cambios en la casa no son ningún secreto. La empresa ma­drileña encargada de la reforma —en un gesto impensable hoy en día— anuncia el trabajo en la prensa nacional con fotografías del exterior de la casa: “El Palacio de Marivent, nueva residencia de Sus Altezas Reales los Príncipes de España, ha sido reformado, acondicionado, decorado y amueblado por Ataconsa”. Es el prin­cipio del uso de la rentable imagen de la Familia Real.

En la entrada principal se amontonan las cajas de la mudan­za. Marivent se bautiza Borbón con menaje de La Zarzuela. Los bultos de cartón acumulan manteles, cubiertos, objetos de plata y útiles de cocina. El servicio coloca el atrezzo en el escenario ca­pital de los veranos mallorquines, la futura posada de jefes de Es­tado, presidentes de gobierno, reyes, príncipes, familiares, amigos y, en unos años, de consortes y nietos.

La entrega estaba lista y, con ella, la solemnidad de los discursos del régimen: “Este mo­mento, pues, es memorable para nosotros, Señor; porque remata­dos los trabajos bajo la presidencia del Gobernador Civil y presi­dente nato de la Diputación, Enrique Ramos, me cabe el gran honor, en nombre del Patronato de la Fundación Saridakis, en nombre de la Diputación, en nombre de todas las gentes de Ba­leares, de rogaros, Alteza, que aceptéis esta residencia para que en familia y en todas cuantas ocasiones, tiempo y momento sean de vuestro agrado, podáis disfrutar, rodeados de nuestro profundo respeto y encendido cariño, de un merecido y necesario descan­so, del natural esparcimiento que nuestra bella geografía os ofre­ce, siempre en la paz cimentada y consolidada por nuestro Caudillo, que no dudamos nos conservaréis y acrecentaréis en un fu­turo. Gracias, Señor”.

Días después de la aceptación por parte de los hoy Reyes de España, el 4 de agosto de 1973, dos aviones Mystere aterrizaron en la base aérea de Son Sant Joan. Del primero bajó el príncipe Juan Carlos con sus hijas de 11 y 8 años, las infantas Elena y Cris­tina. Del segundo, la princesa Sofía y el infante Felipe, de apenas 5 años. Aunque Franco seguía al frente, la seguridad obligaba —y obliga— a que el futuro Jefe de Estado y su heredero viajaran siempre en aparatos distintos.

En la pista militar sólo unos fotógra­fos de la prensa local estaban allí para testimoniar la llegada y ver cómo el Rey repartía los asientos del Seat en el que también montaban la niñera y la perra Laia, una lasa tibetana que se dispu­taban los hermanos. La caravana de escoltas les acompañó hasta el estreno de la nueva casa de verano, al primer chapuzón en la pis­cina recién construida y a una promoción turística impagable con la que muchos se frotaban las manos.

Marivent terminaría que­dándose pequeño y su expansión correría paralela al despegue so­cial de la isla, hasta la consolidación de un logotipo en forma de corona”. Bonita historia. La clásica cacicada antidemocrática hecha bajo una cruel dictadura. ¡El día en el que de verdad se conozcan todas estas cosas al detalle!!!!

FUENTE: Iñaki Anasagasti cita en su Blog la obra “Veranos en Mallorca”, del periodista mallorquín Marcos Torío (prólogado por Agustín Pery). Ed. La Esfera de los Libros, Barcelona, 2010 ISBN: 9788497349888.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.diariodemallorca.es/mallorca/2011/08/26/govern-gasta-42275-euros-mensuales-limpieza-marivent/697890.html

Y los institutos de la isla sin dinero para comprar el gasoil necesario para la calefacción de las aulas...

Saludos