"Voy a dejarte. Me has dado muchas cosas pero no quiero que al final me las quites todas".
Querido amigo y fiel compañero. Llevamos 38 años juntos. Desde aquellos mentolados, de la marca Piper, que le quitaba a mi madre de una lata colocada entre los libros de la biblioteca de casa.
Las primeras caladas que te daba me producían una leve y deliciosa sensación de mareo que algunos años después reconocí e incrementé añadiéndote tropezones desmigados de barritas que costaban cien duros. Fumarte a la entrada del colegio era signo de pueril jactancia, de hacerme el mayor chupando de los forestales Celtas cortos, sin filtro, en los que te encontraba troncos de difícil combustión.
Luego los Ducados -que hoy me huelen a cartón quemado- a la salida del cine, ufano por haberme colado a una película para mayores de 18 años. Y demasiado pronto, el adictivo placer de convertirte en acompañante insustituible de los incipientes 'gin tonics' tomados durante apasionadas conversaciones con los mejores amigos.
Has estado conmigo en los buenos y los malos momentos de la vida. Te aspiré, ya rubio, y hasta el fondo del alma, justo después de ver a mi hija recién nacida. Y te miraba entre los dedos, cabizbajo, mientras dentro de una iglesia se oficiaba el funeral por el primer ser realmente querido que se había marchado. Me has hecho más cortas las esperas, menos agobiante un vuelo con baches -cuando se podía fumar en el avión-, algo tolerable el monólogo de un pesado y me has consolado tras una pésima noticia.
Por supuesto, te he encendido, fiel al tópico, tras el rito del sexo; nunca has faltado, humeante en el cenicero o entre mis labios, sin poder soltarte porque me faltaban manos, cuando escribía mis mejores y peores páginas; y eres buena compañía en esos apacibles momentos de soledad optada, con tu humo iluminado por los haces de luz cálida de un bar silencioso, mientras bebo a lentos sorbos un 'dry martini' que me despierta la imaginación o la nostalgia.
Pero, estimado camarada, creo que ha llegado por fin el momento en que voy a traicionarte, a dejarte del todo y a despedirme de ti para siempre. Quizá ya te lo esperabas porque durante el último año largo te he evitado muchos días y sólo me acuerdo de tu amistad en momentos de debilidad general, o de flaqueza de espíritu, o de negrura mental, o de ansia.
No quisiera que me consideres un desagradecido, pero creo, o más bien estoy seguro, que a la larga serías un mal compañero para lo que reste de camino. Me has dado muchas cosas, pero no quiero que al final me las quites todas y me gustaría de este modo conservar el mejor recuerdo de ti.
Sé que vas a protestar y que vas a llamarme un montón de veces porque no vas a resignarte y a aceptar pasivamente la separación definitiva. Es probable que en algún momento sucumba a tu canto de sirena, pero procuraré evitarlo anteponiendo lo que nos hace libres: la fuerza de la voluntad. Adiós, amigo. ¡Además, cada día estás más caro!
FUENTE: Juan Bas en Grupo Vocento (20.01.10).
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