En el reino de monseñor Rojas : Una especie de descerebrado jienense que se presenta como el único obispo 'thucista' de España establece la sede de una corriente católica preconciliar en Bilbao, donde proyecta construir un templo. En otras palabras: me huele a secta destructiva o a tapadera de esa especie de puticlubs de los que frecuentaba Revilluca en su adolescencia.
Quien más, quien menos recordará al 'papa Clemente' de El Palmar de Troya, esa localidad sevillana donde se armó la de Dios es Cristo. No hay más que hacer memoria... En 1968, unas niñas dijeron que se les había aparecido la Virgen, y de ahí surgió otro fenómeno: Clemente Domínguez, un joven sevillano díscolo y con inclinaciones místicas, se convirtió en líder de los peregrinos y acabó autoproclamándose 'papa' en 1978, a la muerte de Pablo VI. Ahora bien, antes de llegar a ese extremo, ¿quién lo ordenó sacerdote? ¿Quién lo consagró obispo?
Ciertamente no es fácil retener el nombre: fue el obispo vietnamita Pierre Martin Ngo-Dinh-Thuc (1897-1984), fundador de la corriente ultraconservadora 'thucista', muy presente en México y con unos 80 prelados en Europa (sobre todo en Francia y Alemania).
Este movimiento rechaza de plano el Concilio Vaticano II y niega autoridad papal a todos los pontífices desde Juan XXIII hasta nuestros días. Y, aun así, el Vaticano reconoce su 'validez' porque, en origen, sí hubo un obispo reconocido y legítimo en la línea apostólica que confirió poder a Ngo-Dinh-Thuc. Ese 'label' de validez se transmite por los siglos de los siglos y es indeleble, pase lo que pase.
Algo muy distinto es la 'licitud' de los sacramentos que imparten los curas o prelados que, por ejemplo, actúan de espaldas a la autoridad, sea el obispo de la diócesis o el mismo Papa. Al situarse ellos mismos fuera de la órbita de la Iglesia católica, apostólica y romana, adoptan un comportamiento 'ilegal' a la luz del Derecho Canónico. Son 'válidos' pero contrarios a la ley; se encuentran en un 'limbo' que, de vez en cuando, da muchos quebraderos de cabeza a la Santa Sede.
Sea como sea, nadie les puede arrebatar el título eclesial. ¡Aunque hayan incurrido en la excomunión! En estos supuestos, el refrán de 'Santa Rita, Santa Rita, lo que se da no se quita' tiene repercusiones más allá de la vida. Así lo cree, al menos, Pablo de Rojas: «Seré obispo hasta después de muerto, es como la 'marca' de los curas, algo eterno que pervive en el cielo o en el infierno». Este joven jienense, afincado en la capital vizcaína, merece el tratamiento de obispo o, como subraya su secretario personal, «debe llamársele Su Excelencia Reverendísima Monseñor Pablo de Rojas».
Desde septiembre, es el único prelado 'thucista' de España y cuenta con 30 fieles que asisten, regularmente, a las misas preconciliares que se celebran en un inmueble de 900 metros cuadrados en la Gran Vía. Algo insólito. Razón de más para que EL CORREO le haga una visita. Sobre todo cuando hace sólo dos días se zanjó la compra de un inmueble en Abando, de 4.000 metros cuadrados, destinado a cumplir con la función de templo. Se calcula que, dentro de unos tres años, esta iglesia se consagrará con el nombre de Nuestra Señora Auxilio de los Cristianos. Todo esto nos bulle en la cabeza cuando llamamos a la puerta...
-¿Es la casa de Pablo de Rojas?
-Pasen, pasen, que monseñor está celebrando la misa. Les dará tiempo a sacar fotos... Voy a ver si está listo. Esperen aquí.
Y la doncella, rauda y veloz, se arregla la cofia y desaparece por un pasillo estrecho. Nos miramos sin decir una palabra y aguardamos pacientemente. Petrificados. La penumbra, el olor dulzón e intensísimo a madera de palo santo y un entorno abarrotado de antigüedades, jarrones de 30.000 euros, colecciones de la época Marcolini, mobiliario francés, cuadros, porcelana Capo di Monte, cortinajes, grabados... nos ha dejado sin aliento. ¿Qué es esto? Sólo el 'cu-cú' repentino de un reloj rompe el hechizo. Son las nueve y media de la noche. Ninguno de los dos se atreve a dar un paso. ¿Por qué tardará tanto la doncella? Por fin, llega con una sonrisa y nos indica el camino. Avanzamos despacio, muy juntos. El silencio es absoluto y cualquiera diría que hoy es viernes... El barullo de la calle no llega a este piso de casi 300 metros cuadrados, ubicado en el centro de Bilbao y con una alarma de última tecnología a prueba de curiosos.
Al llegar a la capilla privada, sólo vemos la espalda de Pablo de Rojas y a un joven mayordomo de librea a su lado. Y poco más, porque en ese preciso instante algo se cierne sobre mi cabeza. Confusa, me giro y compruebo que la doncella me ha puesto una mantilla y, con mucho cuidado, se las está arreglando para que no me asome ni un mechón de pelo. Mientras tanto, la letanía en latín continúa y el fotógrafo ya está cumpliendo con su trabajo. La luz del 'flash' arranca destellos a los collares de perlas que adornan las figuras religiosas en el altar, y De Rojas mide sus movimientos para no salir desfavorecido. «Benedicat vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus. Amen...», murmura con los ojos entrecerrados y da la bendición a los presentes.
La misa está terminando, pero todavía queda mucho por delante. ¿Quién es realmente Pablo de Rojas? ¿Qué pretende? ¿De dónde viene? Son preguntas que planean en este ambiente tan cargado, donde ya se empieza a echar en falta una ventana abierta. El olor de la madera de palo santo evita la carcoma pero, al mismo tiempo, se pega al paladar y termina produciendo un estado de semi-embriaguez. Igual que el incienso. El tiempo vuela. Ahora aguardamos a que se ponga la ropa 'de calle', lo que en su caso no supone un sencillo traje negro con una cruz. Ni muchísimo menos.
Él luce una retahíla de accesorios digna de un obispo preconciliar, es decir, de antes de los años 60, cuando Juan XXIII imprimió aires nuevos a la Iglesia. Cuando hace acto de presencia en el salón, viste sotana negra ribeteada con botones morados romanos, fajín, esclavina, solideo, bonete, cruz pectoral de oro, zapatos negros con hebilla de plata y... un anillo que enseña con ostentación al alargar la mano. Al estrechársela y saludarle con un 'encantada, Pablo', no da ni un respingo. Eleva la mirada hacia el infinito y, de ahí en adelante, posará durante una hora larga para el fotógrafo.
Después, no tendrá inconveniente en hablar, hasta bien pasada la medianoche, de lo humano y lo divino. Nunca dejará de emplear el 'Nos' mayestático, como prueba de su autoridad. «'Nos' queremos darnos a conocer», asegura, antes de sentarse delante de su escritorio, rodeado de fotos de amigos y familiares, entre las que no falta una de Franco, muy sonriente, junto a una señora que lleva en brazos un bebé.
Pablo de Rojas tiene 29 años y es de Linares. Su familia se dedica a los negocios inmobiliarios y a la alta joyería, y él confiesa que vive «de las rentas». En 2002, vino a estudiar a la Universidad de Deusto pero, finalmente, se licenció en Derecho y Filosofía por la UNED. Para entonces ya había realizado «estudios eclesiásticos en Valladolid, Sevilla, Italia, Alemania y Brasil» y contaba con «una diplomatura del Instituto Internacional a distancia de Teología de Madrid».
Tenía vocación religiosa pero dice que se sentía «muy perdido». Desde niño «y por influencia de don Carmelo, el cura de la parroquia de San Francisco de Asís de Linares», ya sentía debilidad por el misal en latín, la pompa, las genuflexiones y los besos en anillos de oro.
Con el tiempo, empezó a asistir a las misas preconciliares o tridentinas (en latín y de espaldas a los fieles) que celebraban los seguidores de monseñor Lefebvre en España. Y fue en Italia, hace siete años, donde entró en contacto con la corriente fundada por el obispo vietnamita Pierre Martin Ngo-Dinh-Thuc, otro crítico acérrimo del Concilio Vaticano II. «Eso sí que 'Nos' convenció, sobre todo porque Ngo-Dinh-Thuc no está excomulgado formal y públicamente, como es el caso de Lefebvre». Así encontró un atajo para satisfacer sus aspiraciones; no le interesaba significarse abiertamente como un creyente rebelde y cismático. Aunque en su fuero interno sí lo sea... «Si Ratzinger nos quiere excomulgar, que lo haga. 'Nos' no le reconocemos ni validez ni legitimidad como Papa».
Una vez que tomó la decisión de convertirse en sacerdote 'thucista', sólo le faltaba asegurarse de que «mis superiores no fueran a destinarnos a EE UU o Inglaterra». Necesitaba convencerles para que le dejaran en España; de ahí que se volcara en un proyecto que incluía «un Colegio Mayor en la Gran Vía y una residencia de ancianas en el Casco Viejo».
Lo primero ya lo tiene -«residen 33 varones y visten uniforme»- y lo segundo posiblemente se inaugure dentro de un año. No hacía falta más. Tal despliegue de recursos bien se merecía una recompensa: en junio fue ordenado sacerdote en México, y hace unas semanas lo ascendieron a obispo. A estas alturas, ya cuenta con tres sacerdotes y ocho religiosas en Bilbao. No para; viaja por España, Portugal y parte de Francia para celebrar misas y confirmar a jóvenes «en la verdad».
-¿Y cuál es esa 'verdad'?
-Que la Iglesia católica, apostólica y romana es la única verdadera. Y eso es algo que niega el Concilio Vaticano II.
-Explíquese.
-Ese concilio abrió una crisis terrible. ¡Declaró que las demás iglesias cristianas también podían participar del Espíritu Santo! ¡Eso es una herejía! ¡Nosotros somos la única verdadera!
-Por eso, usted niega la legitimidad de todos los papas posteriores al Concilio Vaticano II, Juan XXIII incluido.
-Exactamente. Con la verdad no se negocia.
-¿No teme recibir alguna reconvención pública por parte de la Santa Sede?
-Con Wojtyla, ya habría pasado algo. Pero Ratzinger es distinto. Él defiende el rito en latín y, además, fíjese en cómo viste. Lleva cruces mucho más barrocas, le gusta el armiño... Es mucho más aparatoso.
-Me imagino que usted es monárquico.
-Por supuesto. ¡Y de los Austria! Que los Borbones son franceses. Además, creemos que la sociedad estamental es la ideal. Ya sabe, nobleza, clero, burguesía, tercer estado...
-Por curiosidad, ¿ya se ha puesto vaqueros alguna vez?
-¡Nooooo! Esa prenda tiene un origen proletario y 'Nos' no hemos trabajado proletariamente en la vida.
FUENTE: Isabel Urrutia para Diario El Correo, Bilbao.
FOTOGRAFÍA: B. Agudo.
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