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domingo, 4 de noviembre de 2007

LAS TRECE ROSAS (LIBROS,CINE)

La represión franquista dejó sucesos tan dramáticos que, lejos de perderse en el olvido, se han convertido en mito. Es el caso de trece chicas fusiladas en 1939 contra la tapia de un cementerio de Madrid simplemente por ser “rojas”, siete de ellas, menores de edad.

Las Trece rosas fueron: Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente.

A pesar de que la resistencia republicana se encontraba prácticamente aniquilada, algunos grupos que no habían podido, o no había querido exiliarse, organizaron su última lucha en Madrid. Los golpistas, por su parte, iniciaron el asentamiento final mediante una selectiva serie de asesinatos y torturas. Entre los múltiples detenidos se encontraban ellas.

El dramatismo de la narración (llevada con un notorio éxito a la gran pantalla) se palpa especialmente en las cartas que las protagonistas enviaron desde prisión. Aunque el autor de la obra (Carlos Fonseca) se ha valido también archivos y documentos familiares, militares o jurídicos, además del testimonio de personajes que compartieron la tragedia con algunas de las protagonistas. En todo caso, tanto el libro como la posterior película se atiene a hechos totalmente documentados y contrastados.

Un último deseo podría titular el caso de María del Carmen Cuesta, octogenaria y superviviente, que da su estremecedor testimonio para dar idea del calvario por el que muchos presos pasaron antes de ser fusilados: “Yo tenía 15 años cuando me detuvieron pero era valiente. Me llevaron junto a otras compañeras, entre las que estaba Virtudes, a la comisaría de Jorge Juan, donde estuvimos 10 ó 15 días. Nos interrogaban de madrugada para que no pudiésemos conciliar el sueño, y a los tres o cuatro días de estar allí empezamos a oír gritos estremecedores, espantosos, de compañeras que pasaban por los baños de agua fría, por las anillas eléctricas (...)".

Las trece mujeres vivieron en el dolor hasta la madrugada del 5 de agosto, cuando fueron recogidas por un camión para ser llevadas hasta el paredón de la muerte. Fueron condenadas a la pena máxima por un Consejo de Guerra, acusadas por un delito de “adhesión a la rebelión”. O sea, un asesinato puro y duro.

Una de ellas, Julia Conesa Conesa, tuvo tiempo sin embargo, de escribir una carta a su familia, el que sería su último mensaje: “ Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar”. Una carta que Julia concluye pidiendo un último deseo: “Que mi nombre no se borre en la historia”.

Y es precisamente lo que pretende el autor de este Blog, por mucho que Mayor Oreja se empeñe en enaltecer el franquismo y decir que se vivía en un estado de placidez. Y también porque un jueza de Bilbao archive en primera Instancia (apelando a la libertad de expresión de Mayor Oreja) la denuncia que yo mismo interpuse contra el primero con motivo de sus desafortunadas e hirientes declaraciones.

Tanto a Mayor Oreja como a esa jueza las invitaría, o bien a leer el libro, o bien a ver la película "Las Trece Rosas". Una vez hecho esto, me gustaría que el primero me explicase eso de la "placidez" y la segunda eso de "la libertad de expresión" ya que parece no querer entender que esa libertad es lícita mientras no mancille el también el derecho al respeto del que escribe estas líneas y de cientos de miles de ciudadanos.

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