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domingo, 24 de agosto de 2008

LOS "ONCE ALDEANOS" (Athletic Club)

Se cumplen, en este año 2008, 50 desde que el Athletic le ganó la final de copa al Madrid de Di Stéfano, campeón de Europa, en su propio estadio. La Federación Española se negó a buscar un campo neutral.

“Ya te lo dije hermano, que las cosas no están mal. Para ganar la final nos basta con once aldeanos”. Los once eran Carmelo, Orue, Garai, Canito, Mauri, Etura,.Artetxe, Aguirre, Arieta, Uribe y Gainza. La final de los once aldeanos, una de las gestas más hermosas de la historia del Athletic.

Concretamente fue el 29 de junio de 1958, el mismo día en el que la afición futbolística mundial estaba centrada en otros menesteres. Aquel domingo, otro aldeano bilbaíno, Juanito Gardeazabal, actuaba como linier en una de las finales más memorables de un campeonato del Mundo, en el estadio Rasunda de Estocolmo. Brasil le ganó a Suecia 5-2. Aquel día, el mundo descubrió a Pelé.

Paradojas del fútbol. Di Stéfano, uno de los mejores jugadores del mundo, disputaba un partido doméstico en Chamartín, frente a un equipo formado por once jugadores vascos. Su sucesor en el trono, Edson Arantes do Nascimento, de sobrenombre Pelé, ganaba su primer título de campeón del Mundo. El mismo día, bajo la misma lluvia de verano.

Lo de Estocolmo fue un espectáculo que se vio a través de la incipiente Eurovisión y sólo en algunos países. En Bilbao, quienes no pudieron vender el colchón para pagarse el viaje a Madrid, escucharon la final copera por la radio. Tuvo que ser en Madrid, no había lugar a un escenario neutral. Allí sí se vio por televisión. La recién nacida TVE lo retransmitió en directo para los escasos televisores de la capital. Todo se hizo por decreto: era la residencia del jefe del Estado, el generalísimo franco, que no tenía por qué desplazarse a ninguna ciudad para un partido de fútbol. Fue un asunto que no trascendió a la prensa.

Estaba prohibido airear tales cosas, pero causó un serio disgusto en la directiva del Athletic.
Con once aldeanos, aquel año, de infausto recuerdo para el fútbol por la desgracia aérea que destrozó al Manchester United. De nuevo frente a un Madrid campeón de Europa, el mejor equipo del mundo según los hagiógrafos del santoral merengue.


Aquel era el Real Madrid en la cumbre y en su campo. Pidió el Athletic -entonces Atlético, también por decreto del citado general golpista- jugar en otra ciudad, un escenario neutral. Apuntó sus preferencias, y la Federación negó tal posibilidad. No había otra. Tal vez porque el Caudillo tenía que acudir después del partido a la cena de gala que en su honor se celebraba en los jardines del parque del Retiro, organizada por los condes de Mayalde.

Hubo amenazas gubernativas por el atrevimiento de los dirigentes rojiblancos. En Madrid, intolerancia, en Bilbao indignación. En la prensa, ni una línea. La .Federación hizo una concesión mínima. Propuso que el escenario fuera el estadio Metropolitano, la sede del Atlético de Madrid. La directiva rojiblanca, presidida por Enrique Guzmán -nada sospechoso para el Régimen-, optó entonces por responder con una bilbainada. Envió un telegrama pidiendo que el partido se disputara en Chamartín, “que tiene mayor aforo y para dar cabida a los aficionados que se desplacen desde Bilbao”.

El centralismo imperante se impuso una vez más, pero los bilbaínos no iban a dejar solo al equipo, frente al club que Raimundo Saporta calificaba como el mejor embajador de España en el extranjero. La capital vizcaína se quedó sin coches en la víspera. Todos los que disponían de vehículo se desplazaron a la capital, tal es así que los taxistas tuvieron que establecer unos servicios mínimos porque casi todos querían estar en la final. Los que no tenían coche -la mayoría- optaron por los autobuses o el tren. Uno especial, con veinte vagones y banda de música, viajó hasta Madrid en vísperas del partido.

Con once aldeanos y frente al Madrid de Alfredo Di Stéfano, el mejor futbolista de la época. En su mejor momento y considerado después como uno de los jugadores que han marcado parte de la historia del fútbol. Todavía no se había incorporado al equipo Pancho Puskas. Es más, el día anterior al partido, el futbolista húngaro que se había enfrentado al Athletic -entonces Atlético- en la Copa de Europa como integrante del Honved, se acercó a la concentración bilbaína en El Escorial y jugó el partidillo de entrenamiento con permiso del entrenador rojiblanco Baltasar Albeniz que, paradojas del fútbol, anunció al día siguiente que se iba del club.

Con los citados "once aldeanos", y muchos miles más en las gradas a rebosar. 125.000 espectadores decían las crónicas, que enumeraban una alineación madridista temible: Alonso, Atienza, Santamaría, Lesmes, Santiesteban, Zarraga, Joseito, Mateos, Di Stéfanp, Rial y Pereda.

El partido acabó pronto, con los goles de Arieta y Mauri en sólo tres minutos, que hicieron rugir a la grada rojiblanca, y que permitieron, en un palco adusto en el que presidía el golpista franco con su mujer "la collares", exclamar a un directivo del Athletic un sonoro “¡Que grandes somos!” ante la mirada de varios ministros de clara adscripción madridista.

Las crónicas hablaron de la superioridad rojiblanca. La de La Vanguardia española diáfana en su apreciación. Cuando acabó el encuentro, cuando Gainza había recogido de manos del Jefe del Estado el trofeo de campeones, bajo una lluvia de agua de los cielos y bajo una lluvia de alirones de la contenta gente del Norte, Arieta, el delantero centro bilbaíno, el muchacho que había hecho unos 90 minutos soberbios de juego, siempre en la brecha, siempre encima de Santamaría, y ganándole también la acción, cogió a su capitán y subiéndolo a hombros le dio la vuelta al campo. Este auténtico símbolo de fortaleza y entusiasmo fue la definición de todo el partido.

El Dios de las batallas futbolísticas les premió su esfuerzo y les dio una limpia y clara victoria”.
De aquel partido quedan las imágenes del Nodo con los intentos de Di Stéfano por superar con toda clase de trucos a un Etura insuperable, los goles bilbaínos cantados por Matías Prats, y la foto de Gainza, elevado a la categoría de semidiós, con su cara de felino, rodeado de compañeros, sujetando la preciada joya con las dos manos, como un trofeo de caza, subido a los hombros de Eneko Arieta. Sostiene y eleva la copa que le ha entregado el dictador segundos antes. Todos recorren el campo, pensando en el recibimiento, que comenzaría en Otxandiano y finalizaría en el Ayuntamiento de Bilbao.


Para ese momento, una gran multitud se había concentrado ya en Bilbao, delante de la sede del club, en la calle Bertendona. Varias bandas de música, organizadas a la carrera, paseaban por las calles. Al mismo tiempo, toda Bizkaia vibraba ya con la gesta de los once aldeanos. “Hasta el año que viene”, le dijo Gainza a Franco, aunque pasaría más de una década hasta que Etxebarria tomara el relevo, de nuevo en el Bernabéu, para recoger la copa del triunfo ante el Elche.

FUENTE: (de referencia), Jon Rivas RIVAS, extraído de Blog de Iñaki Anasagasti.

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